miércoles, 11 de marzo de 2015

"50 SOMBRAS DE QUÉ"

                                                               
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                 Y como pueden suponer, en esos siete días de cautiverio en el interior del pozo, conté con el suficiente tiempo para pensar y reflexionar respecto a la naturaleza de los elementos que me rodeaban, que no eran muchos a simple vista, pero en mi subconsciente, y en el imperceptible mundo de lo no palpable, eran decena de millares de seres microscópicos y centenares de volátiles espectros. En cambio me incliné por las ensoñaciones, entregándome horas y horas al pensamiento onírico. A partir de esta traumática (o no) experiencia, soy un soñador empedernido, saboreo el poder fantasear despierto, y por más que lo intento, no lo puedo evitar. Pero en fin, al amanecer del séptimo día escuché en lo alto de la boca del pozo donde habitaba desde tiempos inmemoriales --digo inmemoriales porque por momentos esa fue la sensación que tuve-- el leve ladrido de un perro; el cual, al parecer, se hacía más grave cuando introducía su cabeza por la embocadura del mismo.
__ ¡Ten cuidado, no te vayas a caer al……..! --grité desde mi posición con una lamentable voz de gnomo.
__ ¡Guau, guau, guau! --contestó el canino con una pasmosa rotundidad.
__ ¡Debes pedir ayuda, me encuentro muy débil! ¡Si continuo un día más aquí voy a morirme! ¡Por favor, ladra primero y corre después, o al revés, o como quieras…….!
__ ¡¡Guau guau guauuu, guaaaaa! --me contestó el sagaz cuadrúpedo, y su ladrido se fue perdiendo en la distancia.
                 Estoy salvado. Fue lo primero que pensé. El perro irá en busca de su amo y en un parpadear estará de vuelta. Para no perder la calma mientras llegaba mi salvador, decidí entonar una melodía, una arrolladora melodía que fortaleciese mi espíritu, y como se dice comúnmente en estas situaciones: una justificación para matar el tiempo. A mi memoria llegó una canción, una romántica melodía que en variadas ocasiones he utilizado para estrechar lazos sentimentales. Una balada. Y comencé a cantar: “El gato que está, triste y azul.......quién le tiene miedo al lobo, miedo al lobo, miedo al…….” ¡Qué horror, la fatídica letrilla, la cadencia malhechora que abalanzó mi cuerpo al vacío y lo hizo rodar por el inmundo pozo hasta arrastrarlo al mismísimo fondo secuestrando mi inocencia y mis ansias! Debía cambiar la estrategia, y fue lo que hice. Puse mi mayor empeño para intentar no pensar en nada, o entre lo peor, lo menos malo; pero no dio resultado. A mi cabeza llegaban pensamientos retorcidos, malintencionados, amorfos pensamientos que me hacían dudar de mi condición humana. --¡No, salgan de mi interior! ¡No quiero escuchar ni un lamento más!-- Las voces se amontonaban unas sobre otras y mi cabeza estaba a punto de estallar. ¿Qué podía hacer? En ese instante pensé que bien poco. La soledad prolongada puede llegar a ser diabólica para la salud mental. Sin esperarlo, sorpresivamente, un sonido gutural se escapó de mi garganta.
__ ¡Ahuuuu…………! --estoy aullando, fue lo que pensé.
__ ¡Ahuuuu……………! --me contestaron desde el exterior del pozo.
__ ¡Ahuuuu………uuuu! --contesté al parecer con conocimiento de causa.
__ ¡Ahuuuu…….guau, guau, guau! --y la conversación se desclasificó.
                 Era el ladrido de mi amigo el perro, que había regresado. Salté de gozo y alegría. Y para que supiese que estaba bien, le contesté con la mejor argumentación que tenía a mano.
__ ¡Ahuguau…….! --fue la mejor de mis entonaciones.
__ ¡Guauahu……..! --con la mejor de su entonación me contestó.
__ ¿Hay alguien ahí? --preguntó una aguda voz.
                 Un momento. ¿Este no es el timbre de voz de mi amigo el perro? Naturalmente que no, cómo puedo pensar que el……, era el amo del perro que arrastrado por este, vino hasta el pozo para ver lo que estaba sucediendo porque no lo dejaba trabajar en paz. En  los siguientes cinco minutos me sacaron. El hombre, que resultó ser un campesino que estaba labrando la tierra, llamó a sus compañeros y mi tortura terminó. No tenía palabras para agradecer lo que habían hecho por mí; a los hombres, y sobre todo al perro. Les prometí que me dedicaría en cuerpo y alma a hacer el bien. Nada de libertinaje y pensamientos malsanos. Solamente entrega y más entrega a la causa de la buena voluntad. Desde entonces me propuse tener siempre un perro, y que me acompañase en mis quijotescas andadas por múltiples espacios. El sexo, mejor no mencionarlo, para no crear falsas expectativas.
                 Al ver las “50 sombras de Grey”, me vinieron de golpe cada uno de los recuerdos acumulados: el profético sueño con la deidad de los árboles frutales, la caída al pozo, la extensa experiencia, los largos días en soledad, el amoroso perro, las conversaciones mantenidas con él y conmigo mismo, mi promesa; pero sobre todo, las laceraciones en la carne producto del descenso por la estrecha abertura del pozo. Eso me produjo un efecto de “extrañamiento” (B. Brecht, recordar referencia anterior) y el sexo regresó a mi vida con una intencionalidad divergente, y sentí un ardor en……., y me puse a escribir.

CONTINUARÁ.......................................................