domingo, 29 de marzo de 2015

¡DE TEJADO Y NADA MÁS!

                                       
                
                 En estas venerables fechas, el santo padre de Roma ha tenido la delicadeza que simple y llanamente puede albergar su santidad, y bien valga la redundancia, el de invitar a un selecto grupo de personas “sin techos” a visitar la capilla Sixtina del Vaticano. En la generosa oferta papal se incluye guía y cena al término de la misma. Un tour imposible de rechazar porque un ofrecimiento de esta índole, ¿cómo podemos clasificarlo sin llegar a caer en una burda definición?, “desbordada generosidad”, ¡sí, eso es!, rebosada generosidad, no se encuentra a la vuelta de la esquina, y mucho menos si después de la misma el personal debe regresar a su mugriento soportal para en la noche abrazar su ya entrañable y maltrecho cartón corrugado. Es que la generosidad divina no tiene límites ni precio, y para cada descocido siempre hay un Papa alerta que todo lo ve y todo lo enmienda.
                 Estas personas que poseen como único techo el cielo, y cual sólidas paredes la vivaracha ciudad, son más que dichosas, porque en todo momento el señor vela por ellos, y esto es una prueba de ello. No cualquier persona es invitada al Vaticano, y mucho menos por el mismísimo Papa para contemplar los frescos de Miguel Ángel. En estas encumbradas fechas la cultura es necesaria, y si esa cultura es divina, mucho mejor, los conocimientos recibidos seguramente serán esgrimidos en cualquier circunstancia de la vida, o de la empobrecida vida, de la miserable vida, de la asquerosa vida, de la……., ¡calma, no está bien alterarse en estas puntuales fechas! Se puede ser “sin techo”, pero la procesión siempre se lleva por dentro, y exteriorizar la pobreza no está bien, no es de buen católico, hay que mantener los sentimientos resguardados de cualquier malsana intención; de esta manera no alarmaremos al creador. Preocupar al señor es innecesario, él debe seguir pensando que los necesitados de pan y techo se pueden contar con los dedos de las manos.
                 ¿Es necesario un techo?, ¡No! ¿Es necesario alimentarnos diariamente?, ¡No! Lo verdaderamente necesario es entregarnos en cuerpo y alma a la divina providencia, a la fe que mueve montañas y derroca tiranías, porque contemplar por primera y única vez las riquezas de la Santa Sede no tiene parangón en la corta vida de un necesitado. Hay que abrir las ventanas del alma, ¡no!, rectifico, el símil de la ventana creo que no es el más acertado en estos casos, hay que abrir los periódicos, las revistas, o los cartones de par en par para que la gracia pictórica del creador alimente las consciencias de los “sin techos” y nutra sus espíritus.
                 Una cosa sí debe tener en cuenta el Santo padre, al término de la cena, cada uno de los santos retretes deben estar disponibles y dispuestos, porque con toda seguridad más de un centenar de estómago acudirán raudos y veloces a los mismos para desaguar lo ingerido. Y es que en los temas del cuerpo no hay mandato divino que valga. Por mucha buena fe que se tenga si se aterrorizan de esta manera las tripas, no valen guayabas verdes que controle la defecación.
                 Primero comer a diario y resguardar el cuerpo de cualquier inclemencia, después, la contemplación del divino arte. Y me duele enormemente este improcedente orden porque sucumbo ante la belleza, pero un necesitado, un ser de la calle, un “sin techo”, bien poco le importa si fue Miguel Ángel o Juanito el de los palotes el generador de estos pasajes. Y para rizar más el rizo, ¿no es contraproducente, o enfermizo, invitar a un “sin techo” a observar los frescos ( los techos) de la capilla Sixtina? Bueno, puede que mi enfermiza cabeza sea más terrenal que celestial.

                                                                                       Un Ciudadano Contemplativo.        

viernes, 27 de marzo de 2015

“VUELO CON DESTINO A LOS ALPES”

                                        

                          Tengo un presagio. Puede que sea descabellado o no, pero es una teoría que me ronda la cabeza desde que supe la noticia del desastre aéreo en Francia. Una lamentable tragedia, que como muchas otras jamás debió de ocurrir. Han fallecido demasiadas personas, inocentes víctimas del destino o de la mano número tres. La Tercera Mano es la responsable de este atentado, porque no se le puede llamar de otra manera, un atentado en toda regla con toda la intencionalidad. Estas personas han dejado de existir producto de algún sinuoso motivo, y siento pavor por la tranquilidad y la conformidad con la que son aceptadas cada una de las nuevas notificaciones lanzadas al mundo. Porque yo no creo, no creo ni dejo de creer en las versiones “oficiales” sobre el tema.
                 El co-piloto. El co-piloto es la clave de la tragedia, el único culpable de la misma. La grabación hallada en la caja negra del avión así lo demuestra. Una respiración, una puerta que se cierra, golpes sobre la misma, alguien que ha salido con anterioridad de la cabina e intenta entrar nuevamente. ¡Sí, lo sé, mis pensamientos vuelan con demasiada prisa y veo fantasmas don no los hay!
                 La investigación continúa su curso. Ahora con una diseñada línea de investigación. Registro en las dos viviendas del co-piloto Alemán, el provocador del caos. Hay que desentrañar minuciosamente el pasado. Una investigación llevada a cabo por el gobierno de Alemania, con la cooperación del país de la catástrofe, Francia, y del reino de España, donde partió el avión y donde se han contabilizado 50 fallecidos de dicha nacionalidad.
                 Pues bien, este joven piloto es una caja de sorpresa. Lleva en la compañía aérea desde 2013, y más bien se sabía bien poco de él, a pesar de haber superado numerosos cuestionarios con psicólogos y especialistas para poder pilotar un avión; pero no importa, ahora ya sabemos que pie es el que calza. Dicho joven se puede decir que es obsesivo-compulsivo, y esta deslumbrante inclinación la canaliza con la práctica de deportes, y como señala el escudriñamiento, lo hace de manera constante y pasmosa. Se halla bajo tratamiento médico y baja facultativa, que la ha ocultado a su compañía. Posee una amplia y variada colección de aviones. Es una especie de lobo solitario, lo cual muestra que se pueden contar sus amigos con los dedos de las manos. Su novia hace poco lo ha dejado, lo cual indica que está pasando por un agudo proceso sentimental. Desequilibrado, con personalidad fluctuante e inestable. Inseguro, indeciso, callado, traumas no confesos, medicado, absorbente, soñador, etcétera, etcétera, etcétera. En fin, una joya de la aeronáutica civil.
                 Y yo me pregunto, ante esta variada evidencia, por qué este hombre volaba. ¿Por qué llevaba sobre sus hombros una responsabilidad tan grande y delicada? ¿No será que la historia es otra? ¿No será que se necesita cuanto antes de un final porque la opinión pública debe ser apaciguada? Puede ser que sí, y puede ser que no, pero el tiempo corre en contra, y si la verdad no emerge por su propia voluntad, se cuenta con flotadores de emergencias para conducirla hacia tranquilas y convenientes aguas.
                 Por último, si la naturaleza de este joven no es de fiar, y sus instintos permeables, no puede caber la posibilidad que antes de tomar el vuelo, desde tierra, el joven co-piloto con problemas de inestabilidad haya sido “hipnotizado” por la tercera mano. ¡Eso es, La Tercera Mano! Y no es una broma, demasiadas e inocentes vidas han sido mutiladas, y la auténtica verdad debe percibir la luz por el bien de los familiares y de la propia humanidad. Tarde o temprano…….   

jueves, 19 de marzo de 2015

"50 SOMBRAS DE QUÉ"

                                                          
    
                                                                            --4--


                 Directamente Anita se dejó llevar. Las posibles y desafortunadas consecuencias que podrían surgir no las tuvo en mente. El simple hecho de participar en un juego con G, fuese el que fuese, le atraía considerablemente. Ella estaba dispuesta a continuar a pesar de sus contradicciones, enfrentándose a sus miedos y a lo desconocido. En dicho juego debía arriesgar su  candidez, sus desasosiegos, y lo que más sopesaba: su virginidad. Y todo ello por un hombre al que apenas conoce. Esta idea no la llegó a pensar, pero la intuyó con cada uno de sus sentidos. --¡Qué complicado es tomar una decisión! ¡Qué difícil se hace el no saber si la decisión que se toma es para bien o para mal cuando no se tiene a nadie a mano!--Las ideas revoloteaban de un extremo de su cabeza a otro, y la joven Anita no terminaba de hallar la justa respuesta a sus incertidumbres.  
                 Mientras estos pensamientos fermentaban en el interior de Anita, el hábil G ya se había quitado la camisa, domesticado las esposas, y liberado sus intenciones.
__ ¡Échate sobre la cama! --sentenció G.
__ ¿En la cama? --Anita estaba petrificada.
__ ¡Sí, es lo que he dicho, en la cama!
                 Toda ella, sin intentar ni siquiera otro argumento, fue directamente a la cama. Su cuerpo, sus dudas, y su consciencia, se derrumbaron encima de la ambarina y empobrecida sábana. Solamente su aroma quedó flotando en el aire. Anita se abandonó literalmente. Su espalda se aferró al camastro, y sus ojos, pretendiendo encontrar una respuesta, se clavaron en el desvencijado techo de la habitación.
__ ¡Eso es……., muy bien! --afirmó el lujurioso jugador-- ¡Ahora te pondré las esposas!
                 Con una sola acción G desgarró el vestido. Anita no pestañeó. Mientras que una mano jugueteaba con las esposas, la otra deambuló por diversos espacios del cuerpo de la joven hasta que se detuvo en los brazos. Y se hizo el milagro, en menos de lo que perdura un parpadear, Anita tenía en sus muñecas las esposas. El torso desnudo, los brazos cruzados a la altura de la cabeza, G a horcajadas sobre su vientre, y en el ambiente un penetrante tufo a aguardiente. --¿Cuándo llegaran las caricias?-- Se preguntaba Anita que no se atrevía ni a moverse.
__ ¡Date la vuelta! --manifestó G con rotunda autoridad.
__ ¿Por qué? --la pregunta de Anita estaba más perdida que sus propias dudas.
__ ¡Porque yo propongo el juego! ¡Así que date la vuelta!
__ ¿Y si no quiero? --esta vez Anita lo miró a los ojos.
__ ¡Si no quieres aceptar la reglas tomas la puerta ahora mismo y te marchas por donde mismo llegaste! ¡Y no vuelvas más! ¿Lo has entendido? --G se incorporó y salió de la habitación.
                 Anita quedó sobre el camastro con las muñecas atadas. ¿Acaso había metido la pata? G, que posiblemente sea el hombre de su vida, ahora, después de su inmadura reacción, no deseará saber nada más de ella. --¡No es más que un juego, y más allá del juego deben de estar las caricias y los mimos!-- Se cuestionaba Anita, que a pesar de las esposas y de sus ropas desgarradas, ardía en deseo por ser acariciada por ese extraño hombre.
__ ¡G, perdóname, es que la bebida se me ha subido a la cabeza y no sabía lo que decía! ¡Ven, haré lo que me digas! --la voz de Anita resultaba imprecisa entre los tablones de madera del cuartucho.
__ ¡Está bien, pero debes hacer lo que te diga!
                 Contestó G, y su silueta se vislumbró desnuda en el cerco de la puerta.
__ ¡Está…….bien…….!
                 De la garganta de Anita se deslizó un hilo de voz que no llegó a modular, porque sus traviesos ojos se detuvieron donde no debieron de hacerlo, y allí permanecieron improvisando un no sé qué, un, ¿qué es eso dios mío?, ¡no, no debo mirar!, ¿estaré soñando? Millares de pensamientos junto a las esparcidas órbitas oculares se desplazaban sin sentido por todo su ser; pero aun así, Anita no apartó la visión de la pelvis del hombre, que cual  David de Miguel Ángel, permanecía en el umbral, erecto como frondoso árbol de ceiba. La curiosidad mató al gato, expresa el proverbio, y de esa manera ocurrió.
                 G, con pasos precisos y distendidos, se lanzó con todo su arsenal en pie de guerra sobre el camastro en el que se hallaba la joven. Anita, al verlo partir hacia ella, y para evitar males mayores, se colocó boca abajo, como se lo había pedido antes, y en esta posición lo esperó, con los brazos atados y las carnes expuestas. Él llegó, con cada uno de sus atributos, y además, con una fusta blandiendo al viento. Aún no estaba segura de lo que iba hacer, pero ya se le había hecho demasiado tarde para arrepentirse por ello. En estos instantes las dudas de la inocente joven se desvanecieron, haciendo su presencia el señor miedo con todas sus intrigas y consecuencias. No podía hacer otra cosa que esperar, esperar a que la escultura de carne, cayese, de un momento a otro, sobre su delicada espalda y otras zonas adyacentes. Y no se equivocó Anita, la mole de G dio un salto, rebotó en el borde del colchón, y aterrizó encima de sus nalgas, provocando un alud de estremecimientos y matizaciones.
                 Y no les contaré lo que sucedió a continuación, no lo contaré, porque la historia se puede magnificar en una dirección u en otra, y no estoy dispuesto a que me tomen por un aberrado, por un descafeinado, o por un insensible comunicador respecto a estos puntuales temas. Solamente les quiero decir que el acto amatorio se desplaza a más de 24 fotogramas por segundos, y puede ir más veloz que el propio viento en época de temporales.
                 Mis queridos y entrañables amigos, no los dejaré con la miel en la boca, naturalmente que no, porque todo lo que comienza y se desarrolla, debe concluir como corresponde, con un compacto final. Y para cerrar este dilatado y abstracto análisis sobre la película “50 sombras de Grey”, les procuraré un elegante final, con moraleja incluida. Improvisaré una fábula, la fábula del Conejo y el Zorro. Había una vez un zorro, que pretendía estar por encima del resto de los animales porque poseía una atractiva y afelpada cola. Él era el más hermoso entre todos los seres viviente del bosque, él, y su extraordinaria cola. Pero un día, el menos esperado, el bosque se incendió, ardió por los cuatro costados. De un lado a otro los pequeños animales se movían intentando escapar, pero bien poco se podía hacer, y atrapados entre el fuego, suplicaban clemencia, que los sacasen de allí. En eso apareció el señor conejo, asustadizo, pero dispuesto a echar un capote.
__ ¡Vengan conmigo, los sacaré de aquí a todos poco a poco! --les dijo con la seguridad que solamente un conejo convincente posee.
                 El zorro, que observaba el panorama desde que el gazapo había llegado, le espetó.
__ ¿Y cómo piensas hacerlo insignificante conejo? ¿Los sacarás de aquí montados sobre esa cola de mierda que tienes? --y la risa del zorro se propagó aún más que el mismo fuego.
                 El conejo no respondió, simplemente observaba el panorama, intentando contar a los pequeños animales que se encontraban a su alrededor.  
__ ¡Mira intrascendente conejo, encima de mi larga cola puedo llevar en el viaje a una familia entera de sapos y sus respectivas ranas, una de roedores, un centenar de variados insectos, y todavía me queda espacio para una pareja de rollizos erizos! ¡En cambio tú, con ese prototipo de cola, no serás capaz de transportar ni a una pareja de hormigas locas!
                 Y sin esperar una reacción del conejo, invitó a montar sobre su flamante cola a todo ser viviente que cupiese. Carraspeó el zorro, y escupiendo sobre las patas del conejo, partió a través del bosque intentando encontrar un claro en el mismo. Doce metros anduvo el engreído zorro, doce nada más, porque al siguiente paso, una rama de un gigantesco árbol en llama se desplomó encima de su cola, quedando desolado y atrapado. Los pequeños animales pudieron huir, pero él no. El conejo presto llegó, y junto con los demás animales lo liberaron.
__ ¡Rápido, no podemos perder más tiempo, tengo el coche en esa arbolada, vamos!
                 Dijo el conejo, y partieron todos juntos llevando el zorro arrastras. En unos segundos llegaron a la arbolada donde estaba el coche. De su insignificante cola el conejo sacó un mando, lo accionó, y automáticamente las dos puertas del deportivo se abrieron.
__ ¡Todos a dentro, en un suspiro saldremos de aquí! --el intrépido conejo introdujo la lleva en el switch, arrancó, y partieron raudo como solamente un deportivo de muchos caballos sabe hacerlo.

                 Moraleja. Si tienes un buen deportivo, no importa el tamaño de la cola.                   

                                                                        FIN.

viernes, 13 de marzo de 2015

"50 SOMBRAS DE QUÉ"

                                                      
                                                                       --3--

                 Hacer el amor, hacer el amor como lo entendía la inexperta Anita no se lo planteó Greicito. Él, directamente le propuso su punto de vista. La modalidad que practica. Y lo que escape a la misma, no entra a formar parte de su universo sexual. Sus deseos más íntimos están encaminados en un único sentido, dominar y producir (según este punto de vista) placer al contrario. Este placer expandido llega a su objetivo eclosionando, y como efecto boomerang, retorna amplificado a los puntos sensoriales más disímiles del experto provocador. Es entonces cuando nuestro querido G, teniendo el control, se siente universal, con la idónea potencia que solamente se engendra al dominar al oponente por medio de la sumisión y la dolencia. Y Anita no lo llegó a entender.
                 Ella suponía que el acto sexual era un regodeo de caricias mutuas que al final de la noche se complementaría con una ligera y solícita penetración si fuese necesaria. Hasta entonces no se había planteado que el cuerpo, tanto de la mujer como del hombre, está presto a entregarse a variadas acrobacias hasta llegar a la cumbre de las posturas. Naturalmente que no se lo había planteado, porque el sexo para la tierna Anita no es más que eso, un cuento de hadas con intercambio de emociones y mimos. Lo demás, cualquier otra cosa, es una aberración que no contempla su inocencia.
                La casa de G es horrible. Oscura, mugrienta, e inhabitable. Fue lo que le pareció a la joven Anita, acostumbrada a una escenografía con ambiente “rosa cool”. Una mesa, dos sillas de madera, un destartalado sofá, una lámpara, una mesita con algunos libros y, no quiso ver más. Un maltrecho tabique de madera dividía la estancia, creando un segundo ambiente, una habitación ocupada por un camastro y un sólido armario, y para de contar. Esto no es lo que la imaginación de Anita se merecía. Ella esperaba un mundo iluminado y repleto de colores. ¿Por qué al percibir este desastre no dio la media vuelta y se marchó por donde mismo había llegado? No lo hizo porque G la obnubiló con su masculinidad, con su arrogancia, y con su dilatada palabrería. Ella dudó, y él se frotó las manos mientras dejaba sobre la mesa una botella de aguardiente y dos lacónicos vasos. Los llenó hasta el mismísimo vértice. Se bebió el suyo de un golpe, y le extendió el otro a la joven. Una vez más dudó Anita; pero sin dejar de dudar, tomó el vaso.
__ ¡Bébetelo todo, y verás como la habitación se llena de colores! --le dijo G con una mirada socarrona.
__ ¡Es que no estoy acostumbrada a beber! --contestó Anita.
__ ¡No importa, en algún momento se empieza, y creo que esa hora ha llegado!
                 Anita bebió, un corto sorbo, miró a G, y este llenaba nuevamente su vaso, y por segunda ocasión lo desaguó en su garganta sin inmutarse. La duda continuaba en la cabeza de la joven, pero no le impidió que volviese a beber, esta vez uno más largo; respiró profundamente, y para dentro. El áspero alcohol abrazaba su interior, y las persistentes dudas su conciencia, pero aun así, terminó vaciando el resto del contenido en su anestesiada garganta.
__ ¿Qué vas a proponerme ahora? --le preguntó Anita, ahora sin dudar.
__ ¡Lo que estés dispuesta a hacer! --dijo él.
__ ¿Me harás el amor? –preguntó ella con un aire de descaro.
__ ¡No, quiero enseñarte un juego!
                 G se acercó a la botella, y en un movimiento coreografiado, llenó el vaso de Anita y el suyo, que como una cariñosa lapa, lo había incrustado al cristal de la joven. Ambos vasos rebozaban licor, y ambos vasos, a una orden de G, fueron vertidos sin consideración en las sedientas bocas. Pasados unos segundos, las dudas de Anita se volatilizaron como el ardiente líquido. G tenía razón, la habitación comenzaba a llenarse de colores, pensó la cándida Anita.
__ ¡Ven conmigo, quiero mostrarte algo! --y tomó la mano de la joven.
__ ¿Qué me vas hacer? --una pregunta totalmente intencionada la de Anita.
__ ¡Ahora lo verás! --le contestó G delante del armario-- ¡Dentro guardo mis juguetes, si estás dispuesta a jugar conmigo te los mostraré!
__ ¿Pero me harás el amor? --insistió Anita con una generalizada relajación.
__ ¡Jugaremos con ellos! –y las puertas se abrieron de par en par-- ¡Te pondré estas esposas, tú solamente tienes que dejarte llevar!

                 Anita no llegaba a comprender del todo las intenciones de Greicito, pero entre el aguardiente y los sofocos que estaba experimentando, era consciente que continuar manteniendo la compostura, sería la mayor de las hazañas a las que se había enfrentado hasta ahora. Sentía la sangre vibrar en su interior, la boca colmarse de saliva, y lo peor, sus dispersas cavidades corporales comenzaban a empaparse de desconocidos fluidos. Toda ella era un flan de los pies a la cabeza. Esta vez no dudó, unas simples esposas de policía no serían un impedimento para hacer el amor con Greicito. Si él le proponía un juego amatorio, se dejaría llevar, no le importaría, porque estaba segura que el final del mismo terminaría en lo que ella deseaba, en lo que hacen todas las parejas cuando van a la cama. Ella a su manera estaba informada, sabía de oídas y de visionar algunos de esos libros con lenguaje abierto, que después de las amables caricias, el hombre y la mujer se unen en un abrazo final para germinar en el placer; los detalles no las tenía del todo despejados, pero el vigor del hombre debía terminar en su interior, y ese penetrante pensamiento le llenaba de satisfacción.   

CONTINUARÁ...................................

miércoles, 11 de marzo de 2015

"50 SOMBRAS DE QUÉ"

                                                               
                                                                           --2--

                 Y como pueden suponer, en esos siete días de cautiverio en el interior del pozo, conté con el suficiente tiempo para pensar y reflexionar respecto a la naturaleza de los elementos que me rodeaban, que no eran muchos a simple vista, pero en mi subconsciente, y en el imperceptible mundo de lo no palpable, eran decena de millares de seres microscópicos y centenares de volátiles espectros. En cambio me incliné por las ensoñaciones, entregándome horas y horas al pensamiento onírico. A partir de esta traumática (o no) experiencia, soy un soñador empedernido, saboreo el poder fantasear despierto, y por más que lo intento, no lo puedo evitar. Pero en fin, al amanecer del séptimo día escuché en lo alto de la boca del pozo donde habitaba desde tiempos inmemoriales --digo inmemoriales porque por momentos esa fue la sensación que tuve-- el leve ladrido de un perro; el cual, al parecer, se hacía más grave cuando introducía su cabeza por la embocadura del mismo.
__ ¡Ten cuidado, no te vayas a caer al……..! --grité desde mi posición con una lamentable voz de gnomo.
__ ¡Guau, guau, guau! --contestó el canino con una pasmosa rotundidad.
__ ¡Debes pedir ayuda, me encuentro muy débil! ¡Si continuo un día más aquí voy a morirme! ¡Por favor, ladra primero y corre después, o al revés, o como quieras…….!
__ ¡¡Guau guau guauuu, guaaaaa! --me contestó el sagaz cuadrúpedo, y su ladrido se fue perdiendo en la distancia.
                 Estoy salvado. Fue lo primero que pensé. El perro irá en busca de su amo y en un parpadear estará de vuelta. Para no perder la calma mientras llegaba mi salvador, decidí entonar una melodía, una arrolladora melodía que fortaleciese mi espíritu, y como se dice comúnmente en estas situaciones: una justificación para matar el tiempo. A mi memoria llegó una canción, una romántica melodía que en variadas ocasiones he utilizado para estrechar lazos sentimentales. Una balada. Y comencé a cantar: “El gato que está, triste y azul.......quién le tiene miedo al lobo, miedo al lobo, miedo al…….” ¡Qué horror, la fatídica letrilla, la cadencia malhechora que abalanzó mi cuerpo al vacío y lo hizo rodar por el inmundo pozo hasta arrastrarlo al mismísimo fondo secuestrando mi inocencia y mis ansias! Debía cambiar la estrategia, y fue lo que hice. Puse mi mayor empeño para intentar no pensar en nada, o entre lo peor, lo menos malo; pero no dio resultado. A mi cabeza llegaban pensamientos retorcidos, malintencionados, amorfos pensamientos que me hacían dudar de mi condición humana. --¡No, salgan de mi interior! ¡No quiero escuchar ni un lamento más!-- Las voces se amontonaban unas sobre otras y mi cabeza estaba a punto de estallar. ¿Qué podía hacer? En ese instante pensé que bien poco. La soledad prolongada puede llegar a ser diabólica para la salud mental. Sin esperarlo, sorpresivamente, un sonido gutural se escapó de mi garganta.
__ ¡Ahuuuu…………! --estoy aullando, fue lo que pensé.
__ ¡Ahuuuu……………! --me contestaron desde el exterior del pozo.
__ ¡Ahuuuu………uuuu! --contesté al parecer con conocimiento de causa.
__ ¡Ahuuuu…….guau, guau, guau! --y la conversación se desclasificó.
                 Era el ladrido de mi amigo el perro, que había regresado. Salté de gozo y alegría. Y para que supiese que estaba bien, le contesté con la mejor argumentación que tenía a mano.
__ ¡Ahuguau…….! --fue la mejor de mis entonaciones.
__ ¡Guauahu……..! --con la mejor de su entonación me contestó.
__ ¿Hay alguien ahí? --preguntó una aguda voz.
                 Un momento. ¿Este no es el timbre de voz de mi amigo el perro? Naturalmente que no, cómo puedo pensar que el……, era el amo del perro que arrastrado por este, vino hasta el pozo para ver lo que estaba sucediendo porque no lo dejaba trabajar en paz. En  los siguientes cinco minutos me sacaron. El hombre, que resultó ser un campesino que estaba labrando la tierra, llamó a sus compañeros y mi tortura terminó. No tenía palabras para agradecer lo que habían hecho por mí; a los hombres, y sobre todo al perro. Les prometí que me dedicaría en cuerpo y alma a hacer el bien. Nada de libertinaje y pensamientos malsanos. Solamente entrega y más entrega a la causa de la buena voluntad. Desde entonces me propuse tener siempre un perro, y que me acompañase en mis quijotescas andadas por múltiples espacios. El sexo, mejor no mencionarlo, para no crear falsas expectativas.
                 Al ver las “50 sombras de Grey”, me vinieron de golpe cada uno de los recuerdos acumulados: el profético sueño con la deidad de los árboles frutales, la caída al pozo, la extensa experiencia, los largos días en soledad, el amoroso perro, las conversaciones mantenidas con él y conmigo mismo, mi promesa; pero sobre todo, las laceraciones en la carne producto del descenso por la estrecha abertura del pozo. Eso me produjo un efecto de “extrañamiento” (B. Brecht, recordar referencia anterior) y el sexo regresó a mi vida con una intencionalidad divergente, y sentí un ardor en……., y me puse a escribir.

CONTINUARÁ.......................................................


lunes, 9 de marzo de 2015

"50 SOMBRAS DE QUÉ"

                                               
                                                                      --1--

                 He terminado de ver la película. Y debo decir que no me ha defraudado en un sentido. El film de Grey y sus 50 sombras es lo que podemos llamar ampliamente una “bomba”, no sexual, pero sí de diversidad de espectros nada creativos; aunque pensándolo mejor, no estoy seguro de haber visto todas ellas, quiero decir, las restantes 49 sombras. A Grey lo he visto, como es de suponer, rebosando billetes por doquier. A la ingenua y virginal Anastasia, que no es capaz de matar ni a un mosquito en plena digestión, también la he contemplado desde sus diferentes ángulos, escasos, pero ángulos al fin y al cabo. Pero me faltó……., me faltó, cómo puedo llegar a denominarlo sin blasfemar por ello……., me falto, contenido netamente profesional: fílmico y sado-masoquista, y lo afirmo con razones de peso.
                 Debo confesar que el libro no lo he leído, pero la esencia de una manera u otra se ha reflejado en el celuloide, y soy de la opinión, que el director de la película tendría que haber sido un mago para mostrar lo que escasea, la ausencia de grandeza en la historia de los personajes, sus conflictos, contradicciones, y como es de suponer, sus motivaciones. Tengo la seguridad, que si saliese a la calle pregonando la autoría de este escrito, las ardientes y ávidas adolescentes se lanzarían con rabia sobre mi cuello y no se detendrían hasta verlo hecho añicos; porque he cometido el mayor de los pecados, destrozar un ideario como lo ha sido la extenuante saga de vampiros y sus respectivas lunas. Estas producciones se rodean de un marketing exquisito, avalado por una extensa y dilatada campaña publicitaria que comienza posiblemente mucho antes de concluir la filmación. Un producto para ser consumido por cierto sector de la población mundial, generalmente juvenil. Aunque las “50 sombras” está concebida para un público adulto, para un público que está dispuesto a dejarse “penetrar” porque se halla necesitado de algún que otro azote en sus retinas.
                 Pero mi reflexión va encaminada en otro sentido, en una interpretación, podemos decir, algo distanciada de la narrativa del filme, al estilo de Bertolt Brecht, naturalmente, salvando las distancias. Supongamos que este pulcro joven ejecutivo, rodeado de comodidades, de lujos, y extensa fortuna, fuese, en esta versión que les propongo, un desarraigado a más no poder. El mismo chaval del filme pero sin patrimonio material de la humanidad; es decir, con una mano delante y otra detrás. Un joven instruido en la universidad de la calle. Sin oficio ni beneficio. Educado al cien por ciento con un poco de aquí y otro de allá; pero eso sí, con un amplio bagaje en los temas relacionados con las abrasadoras carnes (entre nosotros, el sexo). Este peculiar joven, apodado Greicito, pero identificado por sus allegados sencillamente G para ir directamente al grano, es un afanado coleccionista de látigos y le enardece las esposas de solo verlas; las esposas de los demás. G es poseedor de una chabola en lo alto de un barrio marginal. Cuatro paredes de madera reciclada y un techo de zinc galvanizado es toda la estructura que soporta su universo. Es un sometedor genuino de los pies a la cabeza. Disfruta llevando el control de la situación.
                 Por su parte la juvenil y angelical Anastasia acaba de graduarse recientemente en la facultad de Historia Arcaica, y un master (ahora está muy de moda), en alta cocina Ferran Adriá. Sus amigas la llaman Anita, porque Anastasia le ha parecido siempre nombre de princesita de dibujo animado, y ella, que se considera una chica “cool”, no se puede permitir semejante horterada de nombre. Así que Anita, que reside en una urbanización “cool”, viste “coolmente”, y se abstrae con “cooltura”, pensó que debía asomarse a uno de los barrios marginales para intercambiar conocimientos “coolinarios”. Y fue lo que hizo. Atravesó la ciudad y llegó al otro lado, donde los días son oscuros y las noches silenciosas luminarias que pasan por los ojos como vendavales de fuego.
                 En una esquina del barrio Salsipuedes, se encontraba G, apoyado en la pared de un bar, en espera de tiempos mejores. Anita pasó por la acera, a varios palmos de las narices de G. Una estela de “coolesaromas” dispersó la joven. G inhaló de golpe hasta esnifarse la última partícula de oxígeno de su alrededor. La esencia de Anita penetró en el interior de G con total influjo. A pesar de las apariencias, después de esta profunda aspiración, Greicito ya no fue el mismo. Por su parte Anita, con su mirada “cooltrante”, quedó prendada ante la imponente figura del torneado joven G. No debo dejar pasar por alto que Greicito, a pesar de su desmejorada posición social, cuenta con una percha envidiable, producto genes favorables, hábiles manos, y mejor imaginación; el hombre viste a la moda y con desenfado. Una escultura viviente de los bajos fondos.
                 La joven intentó pasar de largo, pero sus pasos la traicionaron, a medida que se acercaba a la altura del joven G, las pisadas se iban retardando. Cuando sus cabezas coincidieron, los cuellos se torcieron y las miradas se cruzaron intencionadamente. Ninguno de los dos pudo escapar del otro. Él miró con malévolo interés. Ella, con candidez matizada de malévolo interés igualmente. Ambos se sintieron malévolos espectadores, el uno del otro.
__ ¿Se le ha perdido algo por estos lugares? --preguntó él.
__ ¡Busco una dirección! --contestó ella.
__ ¡Si la puedo ayudar, señorita! --y el joven extendió la mano-- ¡Mi nombre es Grey, pero me llaman G!
__ ¡El mío es A……..! --no estaba del todo segura de cómo se debía presentar ante un hombre que no conoce de nada-- ¡Anastasia!
__ ¡Pero todos te llaman cariñosamente Anita! --respondió él.
__ ¿Y cómo lo sabe? –pregunto Anita.
__ ¡Yo solo sé que lo sé todo, y lo que no, me lo imagino! --respondió G con una rotundidad asombrosa.
__ ¡Ya veo! -- expresó Anita.
__ ¡Si me dice la dirección puede que le indique hacia dónde debe tomar la señorita para…….! –musitó G.
__ ¡Mire, la tengo apuntada en esta papel! –y se lo extendió.
__ ¡Déjeme ver……., sí, el “Centro Ferran Adriá”, no está lejos de aquí! --y con un movimiento de cabeza Greicito señaló hacia su espalda-- ¡Si le parece bien la puedo acompañar…….!
__ ¡No se moleste…….!
__ ¡No es una molestia para mí! ¡Vamos, que andando se quita el frio!
                 Anita no lo supo muy bien, pero continuó el rastro de Greicito. Ese día no, el otro tampoco, pero al siguiente, ella quedó con G o G con ella, daba igual, el virus de la avidez carnal había sido inoculado y viajaba a través de las arterias de los jóvenes. Se verían en casa de G. Él le estuvo comentando por teléfono de una variada colección de objetos antiguos que poseía, y ella, recién licenciada en antigüedades precolombina, no se lo pensó dos veces y aceptó. Lo que no sabía la inexperta Anita, la funcionalidad de la colección de Greicito.
                 Para no cansarlos, porque este escrito no pretende ser una versión libre de las “50 sombras” ni mucho menos, es más bien una reflexión mental sobre una enajenación temporal que he tenido días atrás, donde la deidad de los árboles frutales se me apareció en sueños y me dijo que escribiese sobre sexo, porque es un tema que normalmente para mí es un tabú, y nunca hago referencia al mismo; por un lado por simple puritanismo, y por otro, por un trauma sufrido en mi juventud, cuando paseando por el campo iba entonando una melodía, ¡no sé por qué diablos me vino la condenada canción a la memoria!, era: “¡Quién le tiene miedo al lobo, miedo al lobo, miedo al…….!”, y plaf, caí de repente en un pozo, como un gato engrifado intenté aferrarme a las paredes del asqueroso pozo con las piernas y las manos; pero nada, mis uñas arañaban las paredes y mis zapatos percutían, como “musicando” una desafinada des-composición, quiero decir, un compás fuera de revolución, y yo continuaba cayendo, y cayendo, y cayendo al vacío. En mi viaje a lo desconocido, y a pesar de la velocidad que llevaba, conté cuatro lagartijas en sus madrigueras, dos de ellas salían, y las otras dos entraban con algo en sus bocas, ¿alguien me puede ayudar?, gritaba desesperado, naturalmente que no pensaba que una lagartija fuese……., pero por si acaso yo gritaba; un par de ratas discutiendo acaloradamente por un cacho de pan duro; una hilera de hormigas, que producto de mi avalancha, salieron despedidas impulsadas por el rebufo de mi cuerpo. Una docena de las mismas treparon sobre mi nariz y las muy condenadas se quedaron como si nada en mis orificios nasales para salvar sus culos. Antes de tocar suelo, ya era un guiñapo, un adefesio, tallado y pulido por el nada cariñoso rose de las piedras contra mi carne. Al cumplir la mayoría de edad, por algún designio o señal, cayó en mis manos el libro del Marqués de Sade, y mi orientación sexual se vio expandida con creses. Dejé de ser el de antes, para no saber lo que soy ahora, pero, no debo pensar que está mal, ¡no!, todo cambio o transformación debe tomarse con positivismos. Si no lo hiciésemos de esta manera seríamos ahora unos fracasados en referencia a estos temas, y unos desmotivados e inadaptados sexuales, aunque para ello utilicemos instrumentos policiales y artesanales fustas. Estuve siete días incomunicado, entre el lodo y los mosquitos, que no paraban de zumbar y cagar en el interior de mis orejas.

CONTINUARÁ………………………….