miércoles, 28 de enero de 2015

SYRIZA, ¿EL PRINCIPIO DEL FIN?

                        
                 
                 Han sido las elecciones en Grecia, y el absoluto ganador, Syriza, un partido de extrema izquierda o izquierda radical, como son denominadas estas formaciones surgidas posiblemente por la voluntad del espíritu santo que ha dicho vasta y echado a andar. Visto así, da miedo, porque ningún extremo es factible; ni poco-poco, ni centro-centro, ni mucho-mucho. En estos tiempos los encasillamientos son más dañinos que una interrogante custodiada por paréntesis o la propia interrogación que no llega a ser rematada al final de la frase. La extrema derecha, el extremo centro, la mencionada izquierda extremista, los extremos paralelos, las extremidades inferiores, o las mismísimas superiores que si se mueven con amplitud, acarrean con sus ampulosos gestos confusión.
                 ¿A la larga los expertos clasificadores no serán en extremo unos extremistas? Con toda seguridad sí, pero lo hacen por una razón concreta, la de mantener a la población catalogada; no vaya ser que pierdan el control y estas se descarrilen como un inexperto tren. Las personas no deben estar sujetas a estrictos reglamentos que por demás son impuestos de manera subrepticia, enmascarado con palabras edulcoradas y promesas de trasnochados mercados financieros. A las personas se les debe dejar interactuar libremente, porque somos la base, la materia, el elemento clave para que la maquinaria democrática funcione a nivel mundial y se le denomine gobierno y no “sistema”. Y este humilde detalle que la mayoría de los regentes pasa por alto, es el comienzo y fin del todo; lo que se empieza a vislumbrar desde hace algunos años.
                 La democracia tiene que dejar de ser un concepto retórico y pasar directamente a formar parte de la acción, de su equivalente la hermosa práctica, porque de lo contrario negaríamos la propia evolución del “sistema” que tanto se empeñan en resguardar hasta la muerte. No sabemos lo que pasará en esta nueva etapa en Grecia, en la vapuleada Grecia, en la madre de todas las civilizaciones, la hacedora de palabras tales como: Democracia, Ética, Cenado, Parlamento, República, etc. Cual sea su destino, no podemos, ni debemos dejarla a un lado, porque la Unión Europea debe velar fundamentalmente por el bienestar de sus miembros, de todos ellos, porque por algo se denomina Unión, y esa Unión está constituida por países europeos y no de otros continentes.
                 Mis entendederas mentales no son idóneas para descifrar por qué prevalecen siempre invariablemente motivos económicos por encima de situaciones reales de penuria y de desprotección social. ¡No soy capaz de concebirlo! Si los gobiernos elegidos “democráticamente” no interactúan en favor del ciudadano de a pie, qué se puede esperar del gobernante de turno de la pomposa Unión Europea que no es más que un vampiro (o vampiresa germánica) dispuesto a chupar la yugular de cualquier habitante hasta dejarlo totalmente anémico. Esta Unión Europea no es más que una descomunal institución financiera que presta dinero a cambio de altos intereses de glóbulos rojos. Si te prestan dinero debes devolverlo, pero si ese préstamo está precedido de condiciones leoninas y ocultos tratados que nada tiene que ver con el humilde ciudadano, sino con contubernios entre poderosos, no es un anticipo, es más bien una jeringa inoculándote nicotina o su sucedáneo, que no llega a matarte; pero termina por hacerte un adicto. Y eso, es lo que es en estos momentos la Unión Europea, una financiera devoradora de desventurados países que no le queda más remedio que tragar y pagar, porque sus dirigentes, los mismos “líderes” que fueron votados democráticamente, no tienen suficiente testosteronas en sus bolsas escrotales para poner freno a este sangramiento colectivo.    
                 A la vuelta de la esquina, en un suspiro de adolescente embelesado, tendremos las elecciones en España. Primeramente las municipales y autonómicas, y si Dios, y su mayoría absoluta lo permite, al término de este año llegaran como agua de noviembre las generales. ¿Cuál será el camino más corto para llegar a casa de la abuelita sin que el malvado lobo nos coma antes? ¿Cuál camino debemos tomar? En estos momentos no lo sabemos, y el que diga lo contrario, ¡miente!, porque las incertidumbres son mayores que los programas electorales de cada uno de los actuales partidos. ¿A quién podremos creer? ¿A quién entregaremos con absoluta fe otros cuatro años de nuestras vidas para que se vaya por el retrete? ¿A quién?
                 En las municipales el dilema no es tal. Seguramente se votará a esa persona, que como uno mismo, anda por las calles, por los parques de esos pequeños y medianos pueblos interesados realmente en la realidad de su entorno. Se les votará a ellos, porque lo han demostrado con creces, en un primer mandato, en un segundo, o en varios, y eso es bien sabido por las nuevas formaciones que son conscientes de que nada tienen que hacer ante tal pujanza. Un buen alcalde de pueblo es más bienhechor y necesario que una consigna, que una frase, que hasta un ideal; porque esa persona, ese entrañable ser, es el que respira cada día nuestro mismo aire. Si se fuese consecuente con este hecho, seguramente la situación no sería la misma, sería mejor.
                 Con respecto a la autonómica pasaría un tanto de los mismo, pero con algunas variantes. Las comunidades son más extensas y, sus representantes más distantes, lo que hace que comencemos a recapacitar; pero como muchos de ellos han salido de esos mismos pueblos, se les continua apoyando, naturalmente, si no lo han hecho del todo mal.
               Con las generales pasaría lo mismo en un pasado, pero como los tiempos son convulsos en este tercer milenio y el pastel al parecer se ha desmembrado, necesitaremos, como dijo el poeta Roque Dalton, una aspirina del tamaño del sol para que la inspiración aflore antes de rellenar la papeleta de la votación. Sinceramente, mi fe es disoluta. He tenido un sobresalto, mis puras creencias han sido violadas, y ante este hecho, bien poco puedo hacer. El refranero profesa que más vale malo conocido que bueno por conocer, pero ese malo ya no es tal, ahora es un endemoniado corrupto que me hierve la poca sangre que me queda. El justo, ya no es tal justo, es un lamento de trompeta en la oscuridad de un revuelto cuartucho. Y los nuevos, después de tanto tiempo inactivo, seguramente establecerán incertidumbres en la memoria y callosidades en el alma. Pero aun así, no dejaré de votar, porque algo podré hacer.

       
                                                                              CIUDADANO RAMÍREZ.