martes, 2 de septiembre de 2014

“URGENTE Y AMBULANTE VISITA”

                                     


                
                 Mi hijo de dos años de nacido está con fiebre. Contando el día de hoy lleva más de semana y media con fiebre, de fiebre interrumpida. Le suministramos los medicamentos y le provocan el efecto deseado, y alrededor de tres o cuatro horas la maldita fiebre remite hasta darle una tregua; pero la mayoría de las veces no desaparece del todo y se mantiene pegada al cuerpo de mi pequeño día y noche con sus madrugadas y amaneceres. Aunque el proceso febril en realidad comenzó hace más de dos semanas.
                 Los primeros dos días dicha fiebre iba y venía las veces que a ella le daba su real o santo deseo, y la mantuvimos controlada con paracetamol, no era la primera vez, hasta que por algún motivo desconocido por nosotros se instauró en él. En este instante aparecieron los vómitos, y las descomposiciones de estómago. Mi hijo hablaba y vomitaba, hacía pis y un mar de heces brotaba sin control de su interior hasta quedar agotado y sin aliento. Entonces pensamos que había llegado el momento de visitar la consulta médica. No lo hicimos en los primeros instantes porque dicha fiebre se mantuvo sobre los treinta y siete y medio y los treinta y ocho grados centígrados, y los demás malestares no habían hecho acto de presencia; pero también por otro motivo real y concreto. Llevar a un hijo, o a cualquier persona a una consulta médica sin estar “mal” (del todo o no) es casi como perder el tiempo. ¡No se puede ir al médico por un simple resfriado, puede ser que otras personas, “malas” de verdad, en ese instante necesiten los servicios médicos y nosotros con nuestra irresponsabilidad estemos ocupando las instalaciones o el preciado tiempo del facultativo! Esta es la consigna del momento. Así que hemos aprendido a mordernos la lengua y esperar hasta que el niño se ponga “malo” de verdad.
                 Cuando los vómitos y las diarreas se hicieron constantes, decidimos que era el momento y la hora de acudir al “ambulatorio” (centro médico) y así los hicimos. ¡Ir al ambulatorio no es más que deambular por inciertos espacios! Pero antes debíamos pedir una cita. Tuvimos suerte, porque para el día siguiente la doctora de cabecera lo podía atender. ¡Es un simple virus! Nos dijo. ¡Es un proceso viral que a los siete días desaparece, todos están iguales, todos! Contestó la médica con amabilidad. Un peligro si nos paseamos por el pueblo, pensé, podemos ser regurgitados y gaseados de manera licuosa cuando menos no lo esperemos. En cualquier esquina se puede ocultar la marea humana de fluidos variopintos y entonces seríamos coloreados de la cabeza a los pies con estos virus por los virales pobladores.
                 Ejemplo claro. Un ingenuo forastero llega al pueblo.
__ ¡Buenos días señora, me puede decir dónde están los juzgados! – preguntó el desconocido a la anciana.
                 Y esta afectuosamente le contestó con pelos y señales la señora.
__ ¡Sí como…………no, usted continúe por…..! --y en ese instante se escuchó un silbido agudo y prolongado que se escapó sin más remedio de debajo de las faldas de la señora-- ¡Perdón, es que tengo un virus y hace……..! --y a continuación, y sin ningún miramiento, el forastero fue bautizado en el centro de la plaza.
                 De la buena señora un tsunami de vomito brotó con virulencia al exterior, bañando al pobre hombre desde la coronilla hasta la punta de sus zapatos.
__ ¡¡Señora mire como me ha puesto!! --exclamó el incauto visitante.
__ ¡Y se va a poner peor cuando llegue el resto de mis amigas……., somos de la asociación……………, y que quede claro, sin ánimo de lucro…….., mejor me guardo el nombre de la asociación……, y hemos quedado para………….!
                  Pero esta vez el visitante dio un salto a su izquierda y pudo evitar la concentración de virus que afloró del cuerpo de la buena señora.
__ ¡Le aconsejo que se marche del pueblo porque todos atravesamos un proceso……….! ¡Venga a visitarnos cuando…….., pasada una semana………, y gracias por su visita…….!
                 Y como una auténtica verbena, con sus tracas y petardos, se escuchó y se olfateó por los alrededores y rincones, el llamado, no de la selva, sino de los estómagos y de las bocas de cada uno de los habitantes del lugar. ¡El rugir de los virus!

                 La doctora le recetó paracetamol, lo mismo que le estábamos dando cuando asomó la primera fiebre, cada seis u ocho horas, dieta blanda, y lo auscultó. Si el niño continuaba con los vómitos y las diarreas después de cuarenta y ocho horas, que lo llevásemos nuevamente al ambulatorio. Y con una sonrisa extensa nos despidió.
                 Pasó la semana y el niño continuaba con fiebre. A las cuarenta y ocho horas los vómitos y las diarreas desaparecieron, pero la fiebre tomó vuelo y alcanzó los cuarenta grados. La mañana del domingo sobrepasó dichos cuarenta grados y lo llevamos nuevamente al ambulatorio, pero al servicio de urgencia porque hasta el lunes no hay consulta con la doctora.
                 Cuando llegamos el ambulatorio estaba cerrado porque el médico y la enfermera salieron a un llamado de urgencias. En realidad, por suerte, no tuvimos que esperar mucho, pero es igual, las puertas estaban cerradas en el instante de solicitar los servicios médicos de urgencia. ¿Si en ese momento la persona que está esperando tiene un cuadro médico de mayor gravedad  comparado a la persona que fueron a visitar? ¿Qué podría pasar? ¿Qué se hace en estos casos? ¿No lo saben? ¡Yo sí! ¡Esperar, no hay otra!
                 En el aparcamiento del ambulatorio, en la zona del personal, había un flamante coche (auto) que no me era del todo ajeno porque con anterioridad había visto subirse y bajarse de él a su propietario, dicho médico. El mismo médico que dos años antes no llegó a “atender” a mi hijo cuando fuimos de urgencias con uno de sus testículos más grande que una naranja. Por suerte ese día estaba otro médico, y lo reconoció, un médico, llamado por casualidad igual que mi hijo, un hombre entregado a su profesión. Aquella vez el llamado “médico” del flamante coche, y de las flamantes posturas nos dijo que lo que presentaba nuestro hijo era una “tumoración” posiblemente grave, y que deberíamos llevarlo al hospital con urgencias porque no pintaba bien. ¿Es que no estábamos en urgencias? ¿Es que mi cabeza de tanto pensar se ha quedado obtusa? ¿O es que este “profesional” lo único que desea es que corran las horas para subirse en su flamante coche y gastar de una vez y por todas su tiempo en otras labores más afines a su carácter y condición social? ¡No lo sé, pero me gustaría saber! Dicho “galeno” no fue capaz de ponerle ni siquiera una de sus adormecidas manos en el abdomen a nuestro hijo para tener al menos una vaga opinión de la situación que se desarrollaba ante sus ojos, o lo que fue peor, no fue capaz de cerrar su desafinada boca. ¡No! ¡No lo hizo! Y desde ese día, su rostro, sus modales, andares, y su flamante coche, no se me borran de mi obtusa cabeza. Por estás insignificantes razones el domingo pasado cuando lo vi llegar con la enfermera me dije que nada más perderíamos el tiempo en el ambulatorio, y que deambularíamos de un lado a otro. Y por cierto, este profesional de la medicina se equivocó en el diagnóstico de hace dos años. Mi hijo fue operado de dos hernias inguinales, y no de tumoraciones. Gracias a la profesionalidad de otros médicos.
                 Llegó. Entró. Y se posesionó en su mesa. Secamente preguntó el motivo de nuestra visita. Nuestro hijo tiene fiebre muy alta. Le dijimos. Y sus dedos como hormigas bajo el sol de verano comenzaron a deslizarse por el teclado del ordenador. Él no hablaba. No era necesario. Primeramente debía escribir. Mucho. No sé qué, pero mucho. Tal parecía que estaba escribiendo el Capital, La Odisea, y el antiguo y nuevo Testamento de la biblia al mismo tiempo. ¡Qué hombre para escribir! Estas sagradas escrituras son para, si es necesario, demostrar que él hizo lo necesario, que el paciente fue atendido correctamente. ¡Lo que soporta el papel no lo soporta nada!
__ ¿Nada más? –interrumpió su afanosa labor y nos preguntó sin mirarnos a la cara. Portaba un semblante de aburrimiento total.
__ ¡No, el niño tuvo vómito, diarrea, y la fiebre es de treinta y nueve ahora………….!
__ ¡Treinta y nueve no es fiebre! --afirmó con sabiduría redomada el apoltronado doctor.
__ ¿Treinta y nueve no es fiebre? --preguntamos nosotros.
__ ¡No! ¡A partir de cuarenta! --y selló sus labios no vaya ser que entrasen virulentas moscas que su sistema inmunológico no pueda soportar.
                 ¿Cómo que 39 grados centígrados no es fiebre, si el mismo termómetro marca una línea roja a partir de los 37? ¡El mundo patas arribas! Intentamos expresar nuestra inquietud y darle una explicación..........., pero fue igual. Él no escuchaba. ¡Debemos esperar que nuestro hijo tenga más de cuarenta de fiebre para llevarlo ante su majestad el flamanteportentosomediocreprofecional médico! Y nuevamente sus dedos galoparon sin control por el teclado. En estos instantes sentí un rubor. Una reverberación que comenzaba a subirme por las piernas y amenazaba con llegar a mi obtusa cabeza. ¡En estos instantes la fiebre me invadió! Seguramente si me tomasen la temperatura sería mayor que la de mi hijo. ¡Estaba a punto de explotar como una olla a presión!
                  Mi esposa y yo le contamos hasta el último detalle del día a día de nuestro hijo para ver si se conmovía y tomaba cartas en el asunto, pero no, este hombre está fabricado de titanio, del malo, pero titanio al fin y al cabo.
__ ¡Es un cuadro viral y necesita……….!
                 Pero su charla médica no nos impresionó. Yo no podía soportar que nos repitiesen las mismas palabras una y otra vez sin decir nada en concreto. Cuando no se sabe lo que “es”, siempre será un virus, y desaparece después de las dos semanas porque dicho “virus es viral y no bacteriano. ¿Cómo recórcholis puede saber él sin mirar ni siquiera al niño que es un virus y que no es bacteriano? ¡Mentira, no es capaz de saberlo! Pero como un programado robot repitió lo aprendido para salir del paso. Y ahora tengo que soportar que me digan que desaparecerá después de las dos semanas. El niño lleva las dos semanas y sigue igual. Nada.
                  Se produjo un intento de discusión por mi parte y el profesional se cerró en banda. Con cada pregunta mía o afirmación, me daba la razón como a un loco. Yo era el ser inferior, y él, el todo poderoso ente salvador de vidas humanas. Puede que lo haya sido, en su juventud, o con otros pacientes, pero con mi hijo no, en dos ocasiones se ha comportado mal, y eso que su salario, al ser un funcionario público, lo pagamos entre todos los contribuyentes.
__ ¡Nada más verlos de lejos me dije que estos vienen por antibióticos! –nos dijo con una superioridad intachable atrincherado en su escritorio.
__ ¿Qué es lo que dice?
                  Nuestra sorpresa fue tal que nos dejó sin aliento. ¿Venimos por antibióticos? ¿Necesitamos antibióticos? ¡Naturalmente que sí! ¡Somos drogodependientes de los antibióticos! ¡Y este mal ejemplo se lo estamos trasmitiendo a nuestro hijo, haciéndolo un consumidor nato de antibióticos en esto febril! ¿Este hombre está en sus sanos cabales o tiene retención urinaria congénita? ¿O es que su pródigo cerebro desde hace algún tiempo se encuentra en paraísos lejanos?
                 Nuestra irritación fue tal que se levantó del asiento a la vez que nos dijo que pusiésemos al niño sobre la camilla. ¡¡ALELUYA!! Lo hemos conmovido con nuestra insistencia. Tomó un depresor lingual (o bajalenguas) y se lo introdujo en la garganta al pequeño. Una arcada del pequeño. Y ya está.
__ ¡Tiene la garganta roja!
                  Aleluya nuevamente. Esto ya lo sabíamos. Es una faringitis posiblemente aguda. Y sus posaderas corrieron nuevamente para ocupar el asiento de detrás de la mesa no vaya ser que se lo quitásemos.
__ ¡Si ustedes quieren antibióticos nada más deben pedírselo a su médico!

                  ¡¡¡¡Y dale nuevamente con el dichoso antibiótico!!!!

__ ¡Sí, sí, queremos antibióticos, si nadie hace nada pues que los antibióticos hagan lo suyo aunque sea viral!

                Y ahora fui yo el que se cerró en banda. Resoplé, y mantuve la mirada fija en el semi-profecional que tenía delante. Miré con insistencia y alevosía al amable, cordial, y entrañable "dios" de la sanidad pública. Él por su parte continuó desplazando sus carnosos dedos por el teclado como si nosotros no existiésemos. Sus manos, su anatomía, su conjunto en general, es un amasijo de indiferencia enraizada. Este hombre vive, claro que vive, no hay nada más que verlo. Vive para cualquier otra cosa, pero no para la medicina. Y es una lástima que existiendo buenos profesionales, esta estructura ósea ocupe el sitio que no le corresponde.
                 Se me olvidaba. Este médico. Este profesional. Cuando llegó de la calle. De una urgencia. De dicha urgencia. ¡Qué no sabemos cuál contagiosa puede resultar o no, y sin lavarse las manos atendió a otro paciente, en este caso a mi hijo! ¡¡Coño, qué profesionales tenemos, para estar orgulloso de ellos!! ¡¡Arriba la profesionalidad!!
                 En fin, nos recetó amoxicilina cada ocho horas y nada más, porque el tiempo lo cura todo, menos la irresponsabilidad, la falta de criterio, y las profesiones no amadas. Salimos de la consulta peor que cuando entramos, pero con una cosa bien clara, por nada de este y del otro mundo pondremos nuevamente en las manos de este hombre a nuestro hijo. En realidad lo que se dice manos, manos, no lo hemos puesto, porque realmente el bajalenguas fue lo único que tocó la garganta del pequeño. La prepotencia y el orgullo de este profesional son mayores que su flamante y alargado coche.
                  La fiebre continuó. Y al día siguiente fuimos al hospital. Entonces todo cambió. La atención, la entrega, el amor de los “profesionales”; de todos, sanitarios, enfermeras, celadores, y médicos en su conjunto fue exquisita. Le hicieron una analítica completa y en un par de horas se descartó muchas enfermedades, contagiosas y peligrosas. La historia que les contamos a estos médicos les valió para hacer un primer diagnóstico. Le mandaron un nuevo tratamiento que marcha viento en popa. Y aunque debemos esperar hasta el final de la semana para conocer el resultado de los restantes análisis, el niño está mucho mejor. La fiebre no es constante y no alcanza picos altos. Estoy seguro que el final será feliz.
                 Solamente deseo que las cosas no continúen como hasta entonces. Que la mediocridad, el virus más letal de la actualidad, desaparezca en pocas semanas sin dejar rastro. ¡No vaya ser que en vez de ser un proceso viral, tengamos una mediocridad bacteriana, porque entonces, ni el flamante médico con su flamante coche podrán remediarlo!