lunes, 27 de octubre de 2014

EL INGENIOSO HIDALGO DON NIXOLÁS DE LA “MANCHA”

                      
                 

                 En un lugar manchado, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de fotos en el Facebook, licenciosas maneras, coches de alta gama y magnánimos contactos. Una olla de algo más vaca que carnero, copas las más noches, “duelos y quebrantos” los sábados, delicadezas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de calidad, calzas de marca para las fiestas, con sus zapatos de lo mismo, y los días de entresemana se honraba con sus atuendos de lo más fino. Tenía en su casa una ama que no pasaba de los cuarenta, y una doncella que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que asín conducía su auto como atendía la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo apenas la veintena; es de complexión apacible, sano de carnes, lucido de rostro, gran trasnochador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Nixolito, o Nexito, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaban Nixolás, o “El pequeño Nixolás”. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
                 Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se daba a las relaciones públicas entre otras cosas con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto la realidad, y aún la administración de su propia vida; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió su alma al diablo para ser parte de la élite nacional, y asín, llevó a su casa a todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le pareció tan bien como la famosa FAES (Fundación para el Análisis y los asuntos Sociales); porque la claridad de sus intenciones y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a escuchar a su líder y sus requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: <<La razón de la sinrazón que a mí razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.>> Y también cuando leía: <<…….los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedor del merecimiento que merece la vuestra grandeza>>
                 Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello.
                 En resolución, él se enfrascó tanto con esta asociación “sin ánimo de lucro”, que se pasaba las noches de aquí para allá “contactando”: cenaba, se entrevistaba, conferenciaba, dialogaba, y los días de turbio en turbio; y asín, del poco dormir y del mucho largar se le secó el cerebro de manera, que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que escuchaba en las conferencias y en la vida política que merodeaba, asín de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentándose de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que escuchaba, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que “tal” político había sido muy bueno, pero que no tenía que ver en nada con el presidente “más cual” de Ardiente Espada, que de solo un revés había partido por medio el país. Decía mucho bien del empresario……, fulano de tal, porque, con ser de aquella “generación” gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero sobre todos, estaba bien con J.M.A., y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo nacional que era todo de oro, según dice su historia.
                 En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, asín para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero “andante”, e irse por todo el mundo con sus fotos, sus coches, y sus escoltas, a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había escuchado que los “pequeños andantes” se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su lengua e imagen, por lo menos, del imperio de Trapicheo; y asín, con estos tan agradables pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio prisa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue contactar con personas que habían sido amigos de sus bisabuelos, luengos siglos estaban olvidados en una agenda.
                 Puesto nombre, y tan a su gusto, a su carrera, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar Pequeño Nixolás; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Nixolás, y no Nicolacito, como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Mariano, no sólo se había contentado con llamarse Mariano a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Mariano el del País de Maravillas, asín quiso, como buen imitador, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse El Pequeño Nixolás de la Mancha, con que a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
                 Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su creación y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa que sino buscar empresarios de quien enamorarse de sus oros: porque el caballero “andante” sin cuartos es árbol sin hojas y sin frutos y cuerpo sin alma. Decíase él: <<Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún chollo, como de ordinario les acontece a los caballeros “andantes”, y le vacío la bolsa de un encuentro, o le prometo contactar con un alto político o de una especie parecida, o, finalmente, le engaño y timo afirmando que con uno de mis dedos llego a tocar el “monárquico” cielo, no miento, porque asín digo la verdad, soy pequeño, pero matón, y como caballero que no se pierde una andanza, tengo demasiados contactos y no pocas influencias que me sacaran del apuro si fuese necesario, o, como mucho, mantendrán sus bocas cerradas para que no entren moscas, y asín, cuidar sus acomodados traseros, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente le venzo y le rindo con mi “face”, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce protector, y diga con voz humilde y rendida: “Yo, señor, soy un sencillo bienhechor de la clase trabajadora, a quien venció en singular palabrería el alabado caballero, “andante”, El Pequeño Nixolás de la “Mancha”, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante?>> ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien sumar a su dilatada lista.
                 Y con esto, caballeros “andantes”, cumplirán con vuestra cristiana profesión, aconsejando bien a quien bien os quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus palabras enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo de poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de cada uno de los caballeros “andantes” que pululan por estas manchadas tierras del país de todas las maravillas, que por las de mi verdadero Nixolás van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.
                                                                                  Don  Miguel de Cervantes Saavedra.