Qué pudiese contarles de rabiosa
actualidad que no deje de estarlo cuando finalice estas palabras; posiblemente
bien poco respecto a la noticia, lo que no significa que el hecho en sí desaparezca
por su relevancia del común de los espacios. Transitamos, en la “actualidad”,
por una especie de cuerda floja sin límite de extensión y propensos a desnucarnos
en cualquier momento si no atendemos a las reglas elementales del sistema que respiramos
(con esta deducción me da miedo pensar que pueda llegar a ser un anti-sistema) y
del que nos alimentamos porque no nos queda más remedio (palabra empleada por
el conjunto de las abuelas para “remediar” cualesquiera de los males del cuerpo).
Ante nuestros ojos se extiende un universo de complejidades absurdas y mal
intencionadas que nos conduce irrevocablemente a un caos estructurado. Somos el
propio obstáculo ante una evolución que se resiste a peregrinar por los mismos
canales ya transitados. La pirámide social en la que nos movemos, necesita
urgentemente de una corriente telúrica que estremezca los viejos cimientos.
Me agota escuchar cada día, a
cada minuto, los mismos argumentos edulcorados con falsas intenciones que
conducen únicamente al más brutal de los embobecimientos del alma y del cuerpo,
pero sobre todo, del alma. Somos una sociedad carente de recursos vívidos porque
vegetamos al margen de los sentidos, en espera de un tiempo mejor que nos deje
ser como nos han educado que debemos ser en todo momento; ni más ni menos, lo
justo y necesario para que el mecanismo continúe engrasado una centuria más. Y
no se trata de creer o de dejar de hacerlo, se trata de nosotros mismos, del
conjunto de seres que pernoctamos en este planeta y que nos han llevado a comportamos
genéticamente como autómatas. No es coherente que los mismos problemas, los elementales,
los esenciales de nuestra raza, permanezcan presentes en cada uno de los adolecidos
países y sin intención de suprimirlos.
¿Y quién es el culpable o los
culpables? Lo sabemos todos, y deberíamos, por salud mental perpetuarlo en
nuestras consciencias para evitar futuros males mayores. Oigo las arengas de
los paladines de la política, de todos, de los de aquí y de los de allá, y no
dejo de sentir un cierto escalofrió al escucharles que estamos en buenas manos
y, que sí, que ahora la cosa está a punto de cambiar si llegamos al poder. Y ya no
tengo en cuenta sus promesas porque los parches de morfina han dejado de
influir sobre mi organismo. No lo puedo evitar, soy un descreído. He perdido
interés por las noticias de actualidad, las que golpean como una letanía sobre
los medios de comunicación para que no olvidemos que somos presa de nuestro
propio voto. Y si con este desasosiego no llegase a alimentarme de lo necesario
y evidente, lo haré con el verbo y la sinrazón hasta que el alma aguante,
porque mi “institución corporativa” no puede más.