Mi hijo de dos años de nacido
está con fiebre. Contando el día de hoy lleva más de semana y media con fiebre,
de fiebre interrumpida. Le suministramos los medicamentos y le provocan el
efecto deseado, y alrededor de tres o cuatro horas la maldita fiebre remite
hasta darle una tregua; pero la mayoría de las veces no desaparece del todo y
se mantiene pegada al cuerpo de mi pequeño día y noche con sus madrugadas y
amaneceres. Aunque el proceso febril en realidad comenzó hace más de dos
semanas.
Los primeros dos días dicha
fiebre iba y venía las veces que a ella le daba su real o santo deseo, y la
mantuvimos controlada con paracetamol, no era la primera vez, hasta que por
algún motivo desconocido por nosotros se instauró en él. En este instante
aparecieron los vómitos, y las descomposiciones de estómago. Mi hijo hablaba y
vomitaba, hacía pis y un mar de heces brotaba sin control de su interior hasta
quedar agotado y sin aliento. Entonces pensamos que había llegado el momento de
visitar la consulta médica. No lo hicimos en los primeros instantes porque
dicha fiebre se mantuvo sobre los treinta y siete y medio y los treinta y ocho
grados centígrados, y los demás malestares no habían hecho acto de presencia;
pero también por otro motivo real y concreto. Llevar a un hijo, o a cualquier
persona a una consulta médica sin estar “mal” (del todo o no) es casi como
perder el tiempo. ¡No se puede ir al médico por un simple resfriado, puede ser
que otras personas, “malas” de verdad, en ese instante necesiten los servicios
médicos y nosotros con nuestra irresponsabilidad estemos ocupando las
instalaciones o el preciado tiempo del facultativo! Esta es la consigna del
momento. Así que hemos aprendido a mordernos la lengua y esperar hasta que el
niño se ponga “malo” de verdad.
Cuando los vómitos y las
diarreas se hicieron constantes, decidimos que era el momento y la hora de
acudir al “ambulatorio” (centro médico) y así los hicimos. ¡Ir al ambulatorio
no es más que deambular por inciertos espacios! Pero antes debíamos pedir una
cita. Tuvimos suerte, porque para el día siguiente la doctora de cabecera lo
podía atender. ¡Es un simple virus! Nos dijo. ¡Es un proceso viral que a los
siete días desaparece, todos están iguales, todos! Contestó la médica con
amabilidad. Un peligro si nos paseamos por el pueblo, pensé, podemos ser
regurgitados y gaseados de manera licuosa cuando menos no lo esperemos. En
cualquier esquina se puede ocultar la marea humana de fluidos variopintos y
entonces seríamos coloreados de la cabeza a los pies con estos virus por los
virales pobladores.
Ejemplo claro. Un ingenuo
forastero llega al pueblo.
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¡Buenos días señora, me puede decir dónde están los juzgados! – preguntó el
desconocido a la anciana.
Y esta afectuosamente le
contestó con pelos y señales la señora.
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¡Sí como…………no, usted continúe por…..! --y en ese instante se escuchó un
silbido agudo y prolongado que se escapó sin más remedio de debajo de las
faldas de la señora-- ¡Perdón, es que tengo un virus y hace……..! --y a
continuación, y sin ningún miramiento, el forastero fue bautizado en el centro
de la plaza.
De la buena señora un tsunami
de vomito brotó con virulencia al exterior, bañando al pobre hombre desde la
coronilla hasta la punta de sus zapatos.
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¡¡Señora mire como me ha puesto!! --exclamó el incauto visitante.
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¡Y se va a poner peor cuando llegue el resto de mis amigas……., somos de la
asociación……………, y que quede claro, sin ánimo de lucro…….., mejor me guardo el
nombre de la asociación……, y hemos quedado para………….!
Pero esta vez el visitante
dio un salto a su izquierda y pudo evitar la concentración de virus que afloró
del cuerpo de la buena señora.
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¡Le aconsejo que se marche del pueblo porque todos atravesamos un proceso……….!
¡Venga a visitarnos cuando…….., pasada una semana………, y gracias por su
visita…….!
Y como una auténtica verbena,
con sus tracas y petardos, se escuchó y se olfateó por los alrededores y
rincones, el llamado, no de la selva, sino de los estómagos y de las bocas de
cada uno de los habitantes del lugar. ¡El rugir de los virus!
La doctora le recetó paracetamol,
lo mismo que le estábamos dando cuando asomó la primera fiebre, cada seis u
ocho horas, dieta blanda, y lo auscultó. Si el niño continuaba con los vómitos
y las diarreas después de cuarenta y ocho horas, que lo llevásemos nuevamente
al ambulatorio. Y con una sonrisa extensa nos despidió.
Pasó la semana y el niño
continuaba con fiebre. A las cuarenta y ocho horas los vómitos y las diarreas
desaparecieron, pero la fiebre tomó vuelo y alcanzó los cuarenta grados. La
mañana del domingo sobrepasó dichos cuarenta grados y lo llevamos nuevamente al
ambulatorio, pero al servicio de urgencia porque hasta el lunes no hay consulta
con la doctora.
Cuando llegamos el ambulatorio
estaba cerrado porque el médico y la enfermera salieron a un llamado de
urgencias. En realidad, por suerte, no tuvimos que esperar mucho, pero es
igual, las puertas estaban cerradas en el instante de solicitar los servicios
médicos de urgencia. ¿Si en ese momento la persona que está esperando tiene un cuadro
médico de mayor gravedad comparado a la
persona que fueron a visitar? ¿Qué podría pasar? ¿Qué se hace en estos casos?
¿No lo saben? ¡Yo sí! ¡Esperar, no hay otra!
En el aparcamiento del
ambulatorio, en la zona del personal, había un flamante coche (auto) que no me
era del todo ajeno porque con anterioridad había visto subirse y bajarse de él
a su propietario, dicho médico. El mismo médico que dos años antes no llegó a
“atender” a mi hijo cuando fuimos de urgencias con uno de sus testículos más
grande que una naranja. Por suerte ese día estaba otro médico, y lo reconoció,
un médico, llamado por casualidad igual que mi hijo, un hombre entregado a su
profesión. Aquella vez el llamado “médico” del flamante coche, y de las
flamantes posturas nos dijo que lo que presentaba nuestro hijo era una
“tumoración” posiblemente grave, y que deberíamos llevarlo al hospital con
urgencias porque no pintaba bien. ¿Es que no estábamos en urgencias? ¿Es que mi
cabeza de tanto pensar se ha quedado obtusa? ¿O es que este “profesional” lo
único que desea es que corran las horas para subirse en su flamante coche y
gastar de una vez y por todas su tiempo en otras labores más afines a su
carácter y condición social? ¡No lo sé, pero me gustaría saber! Dicho “galeno”
no fue capaz de ponerle ni siquiera una de sus adormecidas manos en el abdomen
a nuestro hijo para tener al menos una vaga opinión de la situación que se
desarrollaba ante sus ojos, o lo que fue peor, no fue capaz de cerrar su
desafinada boca. ¡No! ¡No lo hizo! Y desde ese día, su rostro, sus modales,
andares, y su flamante coche, no se me borran de mi obtusa cabeza. Por estás
insignificantes razones el domingo pasado cuando lo vi llegar con la enfermera
me dije que nada más perderíamos el tiempo en el ambulatorio, y que
deambularíamos de un lado a otro. Y por cierto, este profesional de la medicina
se equivocó en el diagnóstico de hace dos años. Mi hijo fue operado de dos
hernias inguinales, y no de tumoraciones. Gracias a la profesionalidad de otros
médicos.
Llegó. Entró. Y se posesionó
en su mesa. Secamente preguntó el motivo de nuestra visita. Nuestro hijo tiene
fiebre muy alta. Le dijimos. Y sus dedos como hormigas bajo el sol de verano
comenzaron a deslizarse por el teclado del ordenador. Él no hablaba. No era
necesario. Primeramente debía escribir. Mucho. No sé qué, pero mucho. Tal
parecía que estaba escribiendo el Capital, La Odisea, y el antiguo y nuevo
Testamento de la biblia al mismo tiempo. ¡Qué hombre para escribir! Estas
sagradas escrituras son para, si es necesario, demostrar que él hizo lo
necesario, que el paciente fue atendido correctamente. ¡Lo que soporta el papel
no lo soporta nada!
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¿Nada más? –interrumpió su afanosa labor y nos preguntó sin mirarnos a la cara.
Portaba un semblante de aburrimiento total.
__
¡No, el niño tuvo vómito, diarrea, y la fiebre es de treinta y nueve ahora………….!
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¡Treinta y nueve no es fiebre! --afirmó con sabiduría redomada el apoltronado
doctor.
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¿Treinta y nueve no es fiebre? --preguntamos nosotros.
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¡No! ¡A partir de cuarenta! --y selló sus labios no vaya ser que entrasen
virulentas moscas que su sistema inmunológico no pueda soportar.
¿Cómo que 39 grados
centígrados no es fiebre, si el mismo termómetro marca una línea roja a partir
de los 37? ¡El mundo patas arribas! Intentamos expresar nuestra inquietud y
darle una explicación..........., pero fue igual. Él no escuchaba. ¡Debemos
esperar que nuestro hijo tenga más de cuarenta de fiebre para llevarlo ante su
majestad el flamanteportentosomediocreprofecional médico! Y nuevamente sus
dedos galoparon sin control por el teclado. En estos instantes sentí un rubor.
Una reverberación que comenzaba a subirme por las piernas y amenazaba con
llegar a mi obtusa cabeza. ¡En estos instantes la fiebre me invadió!
Seguramente si me tomasen la temperatura sería mayor que la de mi hijo. ¡Estaba
a punto de explotar como una olla a presión!
Mi esposa y yo le contamos hasta
el último detalle del día a día de nuestro hijo para ver si se conmovía y
tomaba cartas en el asunto, pero no, este hombre está fabricado de titanio, del
malo, pero titanio al fin y al cabo.
__
¡Es un cuadro viral y necesita……….!
Pero su charla médica no nos
impresionó. Yo no podía soportar que nos repitiesen las mismas palabras una y
otra vez sin decir nada en concreto. Cuando no se sabe lo que “es”, siempre
será un virus, y desaparece después de las dos semanas porque dicho “virus es
viral y no bacteriano. ¿Cómo recórcholis puede saber él sin mirar ni siquiera
al niño que es un virus y que no es bacteriano? ¡Mentira, no es capaz de saberlo!
Pero como un programado robot repitió lo aprendido para salir del paso. Y ahora
tengo que soportar que me digan que desaparecerá después de las dos semanas. El
niño lleva las dos semanas y sigue igual. Nada.
Se produjo un intento de
discusión por mi parte y el profesional se cerró en banda. Con cada pregunta
mía o afirmación, me daba la razón como a un loco. Yo era el ser inferior, y
él, el todo poderoso ente salvador de vidas humanas. Puede que lo haya sido, en
su juventud, o con otros pacientes, pero con mi hijo no, en dos ocasiones se ha
comportado mal, y eso que su salario, al ser un funcionario público, lo pagamos
entre todos los contribuyentes.
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¡Nada más verlos de lejos me dije que estos vienen por antibióticos! –nos dijo
con una superioridad intachable atrincherado en su escritorio.
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¿Qué es lo que dice?
Nuestra sorpresa fue tal que
nos dejó sin aliento. ¿Venimos por antibióticos? ¿Necesitamos antibióticos?
¡Naturalmente que sí! ¡Somos drogodependientes de los antibióticos! ¡Y este mal
ejemplo se lo estamos trasmitiendo a nuestro hijo, haciéndolo un consumidor
nato de antibióticos en esto febril! ¿Este hombre está en sus sanos cabales o
tiene retención urinaria congénita? ¿O es que su pródigo cerebro desde hace
algún tiempo se encuentra en paraísos lejanos?
Nuestra irritación fue tal que
se levantó del asiento a la vez que nos dijo que pusiésemos al niño sobre la
camilla. ¡¡ALELUYA!! Lo hemos conmovido con nuestra insistencia. Tomó un
depresor lingual (o bajalenguas) y se lo introdujo en la garganta al pequeño.
Una arcada del pequeño. Y ya está.
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¡Tiene la garganta roja!
Aleluya nuevamente. Esto ya
lo sabíamos. Es una faringitis posiblemente aguda. Y sus posaderas corrieron
nuevamente para ocupar el asiento de detrás de la mesa no vaya ser que se lo
quitásemos.
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¡Si ustedes quieren antibióticos nada más deben pedírselo a su médico!
¡¡¡¡Y dale nuevamente con el dichoso
antibiótico!!!!
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¡Sí, sí, queremos antibióticos, si nadie hace nada pues que los antibióticos
hagan lo suyo aunque sea viral!
Y ahora fui yo el que se cerró
en banda. Resoplé, y mantuve la mirada fija en el semi-profecional que tenía
delante. Miré con insistencia y alevosía al amable, cordial, y entrañable
"dios" de la sanidad pública. Él por su parte continuó desplazando
sus carnosos dedos por el teclado como si nosotros no existiésemos. Sus manos,
su anatomía, su conjunto en general, es un amasijo de indiferencia enraizada. Este
hombre vive, claro que vive, no hay nada más que verlo. Vive para cualquier otra
cosa, pero no para la medicina. Y es una lástima que existiendo buenos profesionales,
esta estructura ósea ocupe el sitio que no le corresponde.
Se me olvidaba. Este médico.
Este profesional. Cuando llegó de la calle. De una urgencia. De dicha urgencia.
¡Qué no sabemos cuál contagiosa puede resultar o no, y sin lavarse las manos
atendió a otro paciente, en este caso a mi hijo! ¡¡Coño, qué profesionales
tenemos, para estar orgulloso de ellos!! ¡¡Arriba la profesionalidad!!
En fin, nos recetó amoxicilina
cada ocho horas y nada más, porque el tiempo lo cura todo, menos la
irresponsabilidad, la falta de criterio, y las profesiones no amadas. Salimos
de la consulta peor que cuando entramos, pero con una cosa bien clara, por nada
de este y del otro mundo pondremos nuevamente en las manos de este hombre a
nuestro hijo. En realidad lo que se dice manos, manos, no lo hemos puesto,
porque realmente el bajalenguas fue lo único que tocó la garganta del pequeño.
La prepotencia y el orgullo de este profesional son mayores que su flamante y
alargado coche.
La fiebre continuó. Y al día
siguiente fuimos al hospital. Entonces todo cambió. La atención, la entrega, el
amor de los “profesionales”; de todos, sanitarios, enfermeras, celadores, y
médicos en su conjunto fue exquisita. Le hicieron una analítica completa y en
un par de horas se descartó muchas enfermedades, contagiosas y peligrosas. La
historia que les contamos a estos médicos les valió para hacer un primer
diagnóstico. Le mandaron un nuevo tratamiento que marcha viento en popa. Y
aunque debemos esperar hasta el final de la semana para conocer el resultado de
los restantes análisis, el niño está mucho mejor. La fiebre no es constante y
no alcanza picos altos. Estoy seguro que el final será feliz.
Solamente deseo que las cosas
no continúen como hasta entonces. Que la mediocridad, el virus más letal de la
actualidad, desaparezca en pocas semanas sin dejar rastro. ¡No vaya ser que en
vez de ser un proceso viral, tengamos una mediocridad bacteriana, porque
entonces, ni el flamante médico con su flamante coche podrán remediarlo!