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Y como pueden suponer, en esos
siete días de cautiverio en el interior del pozo, conté con el suficiente
tiempo para pensar y reflexionar respecto a la naturaleza de los elementos que
me rodeaban, que no eran muchos a simple vista, pero en mi subconsciente, y en
el imperceptible mundo de lo no palpable, eran decena de millares de seres microscópicos
y centenares de volátiles espectros. En cambio me incliné por las ensoñaciones,
entregándome horas y horas al pensamiento onírico. A partir de esta traumática
(o no) experiencia, soy un soñador empedernido, saboreo el poder fantasear
despierto, y por más que lo intento, no lo puedo evitar. Pero en fin, al
amanecer del séptimo día escuché en lo alto de la boca del pozo donde habitaba
desde tiempos inmemoriales --digo inmemoriales porque por momentos esa fue la
sensación que tuve-- el leve ladrido de un perro; el cual, al parecer, se hacía
más grave cuando introducía su cabeza por la embocadura del mismo.
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¡Ten cuidado, no te vayas a caer al……..! --grité desde mi posición con una
lamentable voz de gnomo.
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¡Guau, guau, guau! --contestó el canino con una pasmosa rotundidad.
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¡Debes pedir ayuda, me encuentro muy débil! ¡Si continuo un día más aquí voy a
morirme! ¡Por favor, ladra primero y corre después, o al revés, o como quieras…….!
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¡¡Guau guau guauuu, guaaaaa! --me contestó el sagaz cuadrúpedo, y su ladrido se
fue perdiendo en la distancia.
Estoy salvado. Fue lo primero
que pensé. El perro irá en busca de su amo y en un parpadear estará de vuelta.
Para no perder la calma mientras llegaba mi salvador, decidí entonar una
melodía, una arrolladora melodía que fortaleciese mi espíritu, y como se dice comúnmente
en estas situaciones: una justificación para matar el tiempo. A mi memoria
llegó una canción, una romántica melodía que en variadas ocasiones he utilizado
para estrechar lazos sentimentales. Una balada. Y comencé a cantar: “El gato que está, triste y azul.......quién
le tiene miedo al lobo, miedo al lobo, miedo al…….” ¡Qué horror, la
fatídica letrilla, la cadencia malhechora que abalanzó mi cuerpo al vacío y lo
hizo rodar por el inmundo pozo hasta arrastrarlo al mismísimo fondo
secuestrando mi inocencia y mis ansias! Debía cambiar la estrategia, y fue lo
que hice. Puse mi mayor empeño para intentar no pensar en nada, o entre lo
peor, lo menos malo; pero no dio resultado. A mi cabeza llegaban pensamientos
retorcidos, malintencionados, amorfos pensamientos que me hacían dudar de mi
condición humana. --¡No, salgan de mi
interior! ¡No quiero escuchar ni un lamento más!-- Las voces se amontonaban
unas sobre otras y mi cabeza estaba a punto de estallar. ¿Qué podía hacer? En
ese instante pensé que bien poco. La soledad prolongada puede llegar a ser diabólica
para la salud mental. Sin esperarlo, sorpresivamente, un sonido gutural se
escapó de mi garganta.
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¡Ahuuuu…………! --estoy aullando, fue lo
que pensé.
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¡Ahuuuu……………! --me contestaron desde el exterior del pozo.
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¡Ahuuuu………uuuu! --contesté al parecer con conocimiento de causa.
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¡Ahuuuu…….guau, guau, guau! --y la conversación se desclasificó.
Era el ladrido de mi amigo el
perro, que había regresado. Salté de gozo y alegría. Y para que supiese que
estaba bien, le contesté con la mejor argumentación que tenía a mano.
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¡Ahuguau…….! --fue la mejor de mis entonaciones.
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¡Guauahu……..! --con la mejor de su entonación me contestó.
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¿Hay alguien ahí? --preguntó una aguda voz.
Un momento. ¿Este no es el timbre
de voz de mi amigo el perro? Naturalmente que no, cómo puedo pensar que el……,
era el amo del perro que arrastrado por este, vino hasta el pozo para ver lo
que estaba sucediendo porque no lo dejaba trabajar en paz. En los siguientes cinco minutos me sacaron. El
hombre, que resultó ser un campesino que estaba labrando la tierra, llamó a sus
compañeros y mi tortura terminó. No tenía palabras para agradecer lo que habían
hecho por mí; a los hombres, y sobre todo al perro. Les prometí que me
dedicaría en cuerpo y alma a hacer el bien. Nada de libertinaje y pensamientos
malsanos. Solamente entrega y más entrega a la causa de la buena voluntad. Desde
entonces me propuse tener siempre un perro, y que me acompañase en mis
quijotescas andadas por múltiples espacios. El sexo, mejor no
mencionarlo, para no crear falsas expectativas.
Al ver las “50 sombras de Grey”,
me vinieron de golpe cada uno de los recuerdos acumulados: el profético sueño
con la deidad de los árboles frutales, la caída al pozo, la extensa
experiencia, los largos días en soledad, el amoroso perro, las conversaciones
mantenidas con él y conmigo mismo, mi promesa; pero sobre todo, las laceraciones
en la carne producto del descenso por la estrecha abertura del pozo. Eso me
produjo un efecto de “extrañamiento” (B. Brecht, recordar referencia anterior)
y el sexo regresó a mi vida con una intencionalidad divergente, y sentí un
ardor en……., y me puse a escribir.
CONTINUARÁ.......................................................