CRÓNICA I.
La historia que deseo contarles
es sumamente verídica, y se las iré relatando
al mismo tiempo en que se irá desvelando ante mis ojos. No haré de ella
una apología almibarada o complaciente, sencillamente me dejaré llevar por los
propios hechos que surgirán con el devenir de los días para ser justo y preciso
con los mismos y con sus protagonistas, porque distorsionarla no es mi
intención. Esta entrañable historia se
alimenta de las calles, del sólido y delimitado camino que pisamos cada día
para que el siguiente amanecer no sea igual al anterior, para no olvidar lo
mucho que hemos andado con estos extenuados pies por las aceras de nuestro
pueblo. Y como toda historia tiene un principio, está comenzó precisamente el primer
día del mes de julio de este tórrido verano del año dos mil trece, en una
entrañable localidad de la mancha, en tierras de caballeros andantes como el
fecundo y apasionado Quijote que nos colmó la cabeza de infinitas imaginerías,
con el repiquetear del hacendoso río Alberche bañando la fértil comarca que en
alguna época albergó al eterno andarín de todos los tiempos, al pícaro Lazarillo
de Tormes que continúa en algún recodo del camino.
Como mi narración ha comenzado
con diecinueve días de retraso, haré una compilación de todo lo acaecido hasta
el momento, para poner a los queridos lectores al tanto de los hechos que han
motivado estos suculentos comentarios. Esta crónica relatará las vivencias de
un grupo de aguerridos hombres encargados de rejuvenecer por métodos
ancestrales la imagen bienhechora del sendero público, o lo que es lo mismo,
una variada cuadrilla de albañiles, de “paletas”, que reformarán la muy
esperanzadora e ilustre Villa de Escalona.
Continuará......................
fotos: ARA.