El día de hoy se me presenta un poco complicado
respecto a la cantidad de cosas que debo hacer en tan reducido espacio de
tiempo que no sabré si podré cumplimentar o no. Cuando tengo un día como el de
hoy, los bellos se me erizan y las ideas pierden su equilibrio habitual y
comienzan a dar tras pies unas con otras para encontrar una posible salida de
mi cabeza, pero las pobres se apiñan y amontonan en la corteza cerebral y esto
hace que me provoque una conmoción expresándose en un fuerte dolor de cabeza,
que continuará acompañándome el resto de las horas de dicho día. Antes de
comenzar la mañana, e incluso antes de que los rayos de sol se desperecen, yo
he comenzado con mi labor para no perder el más mínimo tiempo. Después de hacer
mi acostumbrado ritual de preparación para enfrentar el día, comienzo por
escribir algunas líneas, por ejemplo, estas que posiblemente llegaran a leer
algunos de vosotros si pasan su mirada por este blog, pero puede ser que como
yo, no tengan hoy mucho tiempo y se dediquen a sus cosas que con toda seguridad
serán más importante que detenerse por un instante en estas desesperadas
palabras (desesperadas por la falta de tiempo y no por otra cosa); pero aun así
tengo el tiempo justo y no más.
Siempre he pensado que el
tiempo me está robando descaradamente algo concreto en mi vida, y no me estoy
refiriendo como es lógico al propio tiempo que se nos va cada día, ni al que
invertimos o dejamos de invertir en aparentes actividades productivas, no, no
les hablo de este tiempo, que por ejemplo ahora, uno, dos, tres, cuatro, cinco,
no deja de marcar con su implacable presencia que nuestra posición en el
espacio es transitoria; naturalmente que no amigas y amigos, no, les hablo del
solapado, del velado, del tiempo que está pero a su vez no lo vemos, del que
cuando menos nos imaginamos, nos deja una señal precisa de su existencia para
toda la vida. Ese tiempo es como un mal refriado a ciertas edades, que se
mantiene en el pecho, y cuando nos agitamos inesperadamente brota en estentórea
tos al exterior sin misericordia alguna. Soy testigo del maldito tiempo, porque
más de una vez se ha interpuesto en mi camino, y las cosas importantes como las
que debo hacer hoy se truncan y no consigo alcanzar mi propósito por más que me
afane en ello. Ahora mismo han pasado diez, once, doce, trece, catorce minutos
que debía estar en la calle y continúo con el tiempo a mis pies implorándome un
poco de atención para terminar otras cosas, que por el propio tiempo he dejado
de hacer en ocasiones pasadas. ¿No sé si en algún momento tendré el suficiente
tiempo para poder pactar con él?