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Directamente Anita se dejó llevar. Las
posibles y desafortunadas consecuencias que podrían surgir no las tuvo en mente.
El simple hecho de participar en un juego con G, fuese el que fuese, le atraía
considerablemente. Ella estaba dispuesta a continuar a pesar de sus
contradicciones, enfrentándose a sus miedos y a lo desconocido. En dicho juego
debía arriesgar su candidez, sus desasosiegos,
y lo que más sopesaba: su virginidad. Y todo ello por un hombre al que apenas
conoce. Esta idea no la llegó a pensar, pero la intuyó con cada uno de sus
sentidos. --¡Qué complicado es tomar una
decisión! ¡Qué difícil se hace el no saber si la decisión que se toma es para
bien o para mal cuando no se tiene a nadie a mano!--Las ideas revoloteaban
de un extremo de su cabeza a otro, y la joven Anita no terminaba de hallar la
justa respuesta a sus incertidumbres.
Mientras estos pensamientos
fermentaban en el interior de Anita, el hábil G ya se había quitado la camisa,
domesticado las esposas, y liberado sus intenciones.
__
¡Échate sobre la cama! --sentenció G.
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¿En la cama? --Anita estaba petrificada.
__
¡Sí, es lo que he dicho, en la cama!
Toda ella, sin intentar ni
siquiera otro argumento, fue directamente a la cama. Su cuerpo, sus dudas, y su
consciencia, se derrumbaron encima de la ambarina y empobrecida sábana.
Solamente su aroma quedó flotando en el aire. Anita se abandonó literalmente. Su
espalda se aferró al camastro, y sus ojos, pretendiendo encontrar una
respuesta, se clavaron en el desvencijado techo de la habitación.
__
¡Eso es……., muy bien! --afirmó el lujurioso jugador-- ¡Ahora te pondré las
esposas!
Con una sola acción G desgarró
el vestido. Anita no pestañeó. Mientras que una mano jugueteaba con las
esposas, la otra deambuló por diversos espacios del cuerpo de la joven hasta
que se detuvo en los brazos. Y se hizo el milagro, en menos de lo que perdura
un parpadear, Anita tenía en sus muñecas las esposas. El torso desnudo, los
brazos cruzados a la altura de la cabeza, G a horcajadas sobre su vientre, y en
el ambiente un penetrante tufo a aguardiente. --¿Cuándo llegaran las caricias?-- Se preguntaba Anita que no se
atrevía ni a moverse.
__
¡Date la vuelta! --manifestó G con rotunda autoridad.
__
¿Por qué? --la pregunta de Anita estaba más perdida que sus propias dudas.
__
¡Porque yo propongo el juego! ¡Así que date la vuelta!
__
¿Y si no quiero? --esta vez Anita lo miró a los ojos.
__
¡Si no quieres aceptar la reglas tomas la puerta ahora mismo y te marchas por
donde mismo llegaste! ¡Y no vuelvas más! ¿Lo has entendido? --G se incorporó y
salió de la habitación.
Anita quedó sobre el camastro con las
muñecas atadas. ¿Acaso había metido la pata? G, que posiblemente sea el hombre
de su vida, ahora, después de su inmadura reacción, no deseará saber nada más de
ella. --¡No es más que un juego, y más
allá del juego deben de estar las caricias y los mimos!-- Se cuestionaba
Anita, que a pesar de las esposas y de sus ropas desgarradas, ardía en deseo
por ser acariciada por ese extraño hombre.
__
¡G, perdóname, es que la bebida se me ha subido a la cabeza y no sabía lo que
decía! ¡Ven, haré lo que me digas! --la voz de Anita resultaba imprecisa entre
los tablones de madera del cuartucho.
__
¡Está bien, pero debes hacer lo que te diga!
Contestó G, y su silueta se
vislumbró desnuda en el cerco de la puerta.
__
¡Está…….bien…….!
De la garganta de Anita se
deslizó un hilo de voz que no llegó a modular, porque sus traviesos ojos se
detuvieron donde no debieron de hacerlo, y allí permanecieron improvisando un
no sé qué, un, ¿qué es eso dios mío?, ¡no, no debo mirar!, ¿estaré soñando? Millares
de pensamientos junto a las esparcidas órbitas oculares se desplazaban sin
sentido por todo su ser; pero aun así, Anita no apartó la visión de la pelvis
del hombre, que cual David de Miguel
Ángel, permanecía en el umbral, erecto como frondoso árbol de ceiba. La
curiosidad mató al gato, expresa el proverbio, y de esa manera ocurrió.
G, con pasos precisos y
distendidos, se lanzó con todo su arsenal en pie de guerra sobre el camastro en
el que se hallaba la joven. Anita, al verlo partir hacia ella, y para evitar males
mayores, se colocó boca abajo, como se lo había pedido antes, y en esta
posición lo esperó, con los brazos atados y las carnes expuestas. Él llegó, con
cada uno de sus atributos, y además, con una fusta blandiendo al viento. Aún no
estaba segura de lo que iba hacer, pero ya se le había hecho demasiado tarde
para arrepentirse por ello. En estos instantes las dudas de la inocente joven se
desvanecieron, haciendo su presencia el señor miedo con todas sus intrigas y consecuencias.
No podía hacer otra cosa que esperar, esperar a que la escultura de carne, cayese,
de un momento a otro, sobre su delicada espalda y otras zonas adyacentes. Y no
se equivocó Anita, la mole de G dio un salto, rebotó en el borde del colchón, y
aterrizó encima de sus nalgas, provocando un alud de estremecimientos y
matizaciones.
Y no les contaré lo que
sucedió a continuación, no lo contaré, porque la historia se puede magnificar
en una dirección u en otra, y no estoy dispuesto a que me tomen por un aberrado,
por un descafeinado, o por un insensible comunicador respecto a estos puntuales
temas. Solamente les quiero decir que el acto amatorio se desplaza a más de 24
fotogramas por segundos, y puede ir más veloz que el propio viento en época de
temporales.
Mis queridos y entrañables
amigos, no los dejaré con la miel en la boca, naturalmente que no, porque todo
lo que comienza y se desarrolla, debe concluir como corresponde, con un compacto
final. Y para cerrar este dilatado y abstracto análisis sobre la película “50
sombras de Grey”, les procuraré un elegante final, con moraleja incluida. Improvisaré
una fábula, la fábula del Conejo y el Zorro. Había una vez un zorro, que pretendía
estar por encima del resto de los animales porque poseía una atractiva y afelpada
cola. Él era el más hermoso entre todos los seres viviente del bosque, él, y su
extraordinaria cola. Pero un día, el menos esperado, el bosque se incendió, ardió
por los cuatro costados. De un lado a otro los pequeños animales se movían
intentando escapar, pero bien poco se podía hacer, y atrapados entre el fuego,
suplicaban clemencia, que los sacasen de allí. En eso apareció el señor conejo,
asustadizo, pero dispuesto a echar un capote.
__
¡Vengan conmigo, los sacaré de aquí a todos poco a poco! --les dijo con la
seguridad que solamente un conejo convincente posee.
El zorro, que observaba el
panorama desde que el gazapo había llegado, le espetó.
__
¿Y cómo piensas hacerlo insignificante conejo? ¿Los sacarás de aquí montados sobre
esa cola de mierda que tienes? --y la risa del zorro se propagó aún más que el mismo
fuego.
El conejo no respondió,
simplemente observaba el panorama, intentando contar a los pequeños animales
que se encontraban a su alrededor.
__
¡Mira intrascendente conejo, encima de mi larga cola puedo llevar en el viaje a
una familia entera de sapos y sus respectivas ranas, una de roedores, un
centenar de variados insectos, y todavía me queda espacio para una pareja de rollizos
erizos! ¡En cambio tú, con ese prototipo de cola, no serás capaz de transportar
ni a una pareja de hormigas locas!
Y sin esperar una reacción del
conejo, invitó a montar sobre su flamante cola a todo ser viviente que cupiese.
Carraspeó el zorro, y escupiendo sobre las patas del conejo, partió a través
del bosque intentando encontrar un claro en el mismo. Doce metros anduvo el engreído
zorro, doce nada más, porque al siguiente paso, una rama de un gigantesco árbol
en llama se desplomó encima de su cola, quedando desolado y atrapado. Los
pequeños animales pudieron huir, pero él no. El conejo presto llegó, y junto
con los demás animales lo liberaron.
__
¡Rápido, no podemos perder más tiempo, tengo el coche en esa arbolada, vamos!
Dijo el conejo, y partieron
todos juntos llevando el zorro arrastras. En unos segundos llegaron a la
arbolada donde estaba el coche. De su insignificante cola el conejo sacó un
mando, lo accionó, y automáticamente las dos puertas del deportivo se abrieron.
__
¡Todos a dentro, en un suspiro saldremos de aquí! --el intrépido conejo introdujo
la lleva en el switch, arrancó, y partieron raudo como solamente un deportivo
de muchos caballos sabe hacerlo.
Moraleja. Si tienes un buen deportivo,
no importa el tamaño de la cola.
FIN.
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