En un lugar manchado, de cuyo
nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de
fotos en el Facebook, licenciosas maneras, coches de alta gama y magnánimos
contactos. Una olla de algo más vaca que carnero, copas las más noches, “duelos
y quebrantos” los sábados, delicadezas los viernes, algún palomino de añadidura
los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della
concluían sayo de calidad, calzas de marca para las fiestas, con sus zapatos de
lo mismo, y los días de entresemana se honraba con sus atuendos de lo más fino.
Tenía en su casa una ama que no pasaba de los cuarenta, y una doncella que no
llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que asín conducía su auto
como atendía la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo apenas la
veintena; es de complexión apacible, sano de carnes, lucido de rostro, gran
trasnochador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de
Nixolito, o Nexito, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste
caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaban
Nixolás, o “El pequeño Nixolás”. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta
que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este
sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se
daba a las relaciones públicas entre otras cosas con tanta afición y gusto, que
olvidó casi de todo punto la realidad, y aún la administración de su propia
vida; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió su alma al
diablo para ser parte de la élite nacional, y asín, llevó a su casa a todos
cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le pareció tan bien como la
famosa FAES (Fundación para el Análisis y los asuntos Sociales); porque la
claridad de sus intenciones y aquellas entricadas razones suyas le parecían de
perlas, y más cuando llegaba a escuchar a su líder y sus requiebros y cartas de
desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: <<La razón de la
sinrazón que a mí razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con
razón me quejo de la vuestra fermosura.>> Y también cuando leía: <<…….los
altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os
fortifican, y os hacen merecedor del merecimiento que merece la vuestra
grandeza>>
Con estas razones perdía el
pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el
sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si
resucitara para sólo ello.
En resolución, él se enfrascó
tanto con esta asociación “sin ánimo de lucro”, que se pasaba las noches de
aquí para allá “contactando”: cenaba, se entrevistaba, conferenciaba, dialogaba,
y los días de turbio en turbio; y asín, del poco dormir y del mucho largar se
le secó el cerebro de manera, que vino a perder el juicio. Llenósele la
fantasía de todo aquello que escuchaba en las conferencias y en la vida
política que merodeaba, asín de encantamentos como de pendencias, batallas,
desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y
asentándose de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina
de aquellas soñadas invenciones que escuchaba, que para él no había otra
historia más cierta en el mundo. Decía él que “tal” político había sido muy
bueno, pero que no tenía que ver en nada con el presidente “más cual” de
Ardiente Espada, que de solo un revés había partido por medio el país. Decía
mucho bien del empresario……, fulano de tal, porque, con ser de aquella “generación”
gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien
criado. Pero sobre todos, estaba bien con J.M.A., y más cuando le veía salir de
su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo
nacional que era todo de oro, según dice su historia.
En efecto, rematado ya su
juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el
mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, asín para el aumento de su
honra como para el servicio de su república, hacerse caballero “andante”, e
irse por todo el mundo con sus fotos, sus coches, y sus escoltas, a buscar las
aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había escuchado que los “pequeños
andantes” se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en
ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.
Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su lengua e imagen, por lo
menos, del imperio de Trapicheo; y asín, con estos tan agradables pensamientos,
llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio prisa a poner en efecto
lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue contactar con personas que habían
sido amigos de sus bisabuelos, luengos siglos estaban olvidados en una agenda.
Puesto nombre, y tan a su gusto,
a su carrera, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho
días, y al cabo se vino a llamar Pequeño Nixolás; de donde, como queda dicho,
tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se
debía de llamar Nixolás, y no Nicolacito, como otros quisieron decir. Pero acordándose
que el valeroso Mariano, no sólo se había contentado con llamarse Mariano a
secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se
llamó Mariano el del País de Maravillas, asín quiso, como buen imitador, añadir
al suyo el nombre de la suya y llamarse El Pequeño Nixolás de la Mancha, con
que a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con
tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas,
hecho del morrión celada, puesto nombre a su creación y confirmándose a sí mismo,
se dio a entender que no le faltaba otra cosa que sino buscar empresarios de
quien enamorarse de sus oros: porque el caballero “andante” sin cuartos es
árbol sin hojas y sin frutos y cuerpo sin alma. Decíase él: <<Si yo, por
malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún chollo,
como de ordinario les acontece a los caballeros “andantes”, y le vacío la bolsa
de un encuentro, o le prometo contactar con un alto político o de una especie parecida,
o, finalmente, le engaño y timo afirmando que con uno de mis dedos llego a
tocar el “monárquico” cielo, no miento, porque asín digo la verdad, soy pequeño,
pero matón, y como caballero que no se pierde una andanza, tengo demasiados
contactos y no pocas influencias que me sacaran del apuro si fuese necesario,
o, como mucho, mantendrán sus bocas cerradas para que no entren moscas, y asín,
cuidar sus acomodados traseros, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente
le venzo y le rindo con mi “face”, ¿no será bien tener a quien enviarle
presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce protector, y diga
con voz humilde y rendida: “Yo, señor, soy un sencillo bienhechor de la clase
trabajadora, a quien venció en singular palabrería el alabado caballero, “andante”,
El Pequeño Nixolás de la “Mancha”, el cual me mandó que me presentase ante
vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su
talante?>> ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho
este discurso, y más cuando halló a quien sumar a su dilatada lista.
Y con esto, caballeros “andantes”,
cumplirán con vuestra cristiana profesión, aconsejando bien a quien bien os quiere,
y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de
sus palabras enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo de poner
en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de cada
uno de los caballeros “andantes” que pululan por estas manchadas tierras del
país de todas las maravillas, que por las de mi verdadero Nixolás van ya
tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna. Vale.
Don
Miguel de Cervantes Saavedra.