Han sido las elecciones en Grecia,
y el absoluto ganador, Syriza, un partido de extrema izquierda o izquierda
radical, como son denominadas estas formaciones surgidas posiblemente por la
voluntad del espíritu santo que ha
dicho vasta y echado a andar. Visto así, da miedo, porque ningún extremo es
factible; ni poco-poco, ni centro-centro, ni mucho-mucho. En estos tiempos los
encasillamientos son más dañinos que una interrogante custodiada por paréntesis
o la propia interrogación que no llega a ser rematada al final de la frase. La
extrema derecha, el extremo centro, la mencionada izquierda extremista, los
extremos paralelos, las extremidades inferiores, o las mismísimas superiores
que si se mueven con amplitud, acarrean con sus ampulosos gestos confusión.
¿A la larga los expertos
clasificadores no serán en extremo unos extremistas? Con toda seguridad sí,
pero lo hacen por una razón concreta, la de mantener a la población catalogada;
no vaya ser que pierdan el control y estas se descarrilen como un inexperto
tren. Las personas no deben estar sujetas a estrictos reglamentos que por demás
son impuestos de manera subrepticia, enmascarado con palabras edulcoradas y
promesas de trasnochados mercados financieros. A las personas se les debe dejar
interactuar libremente, porque somos la base, la materia, el elemento clave
para que la maquinaria democrática funcione a nivel mundial y se le denomine
gobierno y no “sistema”. Y este humilde detalle que la mayoría de los regentes
pasa por alto, es el comienzo y fin del todo; lo que se empieza a vislumbrar
desde hace algunos años.
La democracia tiene que dejar
de ser un concepto retórico y pasar directamente a formar parte de la acción,
de su equivalente la hermosa práctica, porque de lo contrario negaríamos la
propia evolución del “sistema” que tanto se empeñan en resguardar hasta la
muerte. No sabemos lo que pasará en esta nueva etapa en Grecia, en la vapuleada
Grecia, en la madre de todas las civilizaciones, la hacedora de palabras tales
como: Democracia, Ética, Cenado, Parlamento, República, etc. Cual sea su
destino, no podemos, ni debemos dejarla a un lado, porque la Unión Europea debe
velar fundamentalmente por el bienestar de sus miembros, de todos ellos, porque
por algo se denomina Unión, y esa Unión está constituida por países europeos y
no de otros continentes.
Mis entendederas mentales no
son idóneas para descifrar por qué prevalecen siempre invariablemente motivos
económicos por encima de situaciones reales de penuria y de desprotección
social. ¡No soy capaz de concebirlo! Si los gobiernos elegidos “democráticamente”
no interactúan en favor del ciudadano de a pie, qué se puede esperar del gobernante
de turno de la pomposa Unión Europea que no es más que un vampiro (o vampiresa
germánica) dispuesto a chupar la yugular de cualquier habitante hasta dejarlo totalmente
anémico. Esta Unión Europea no es más que una descomunal institución financiera
que presta dinero a cambio de altos intereses de glóbulos rojos. Si te prestan dinero debes devolverlo, pero si ese
préstamo está precedido de condiciones leoninas y ocultos tratados que nada
tiene que ver con el humilde ciudadano, sino con contubernios entre poderosos, no
es un anticipo, es más bien una jeringa inoculándote nicotina o su sucedáneo,
que no llega a matarte; pero termina por hacerte un adicto. Y eso, es lo que es
en estos momentos la Unión Europea, una financiera devoradora de desventurados
países que no le queda más remedio que tragar y pagar, porque sus dirigentes,
los mismos “líderes” que fueron votados democráticamente, no tienen suficiente
testosteronas en sus bolsas escrotales para poner freno a este sangramiento
colectivo.
A la vuelta de la esquina, en
un suspiro de adolescente embelesado, tendremos las elecciones en España. Primeramente
las municipales y autonómicas, y si Dios, y su mayoría absoluta lo permite, al
término de este año llegaran como agua de noviembre las generales. ¿Cuál será
el camino más corto para llegar a casa de la abuelita sin que el malvado lobo
nos coma antes? ¿Cuál camino debemos tomar? En estos momentos no lo sabemos, y
el que diga lo contrario, ¡miente!, porque las incertidumbres son mayores que
los programas electorales de cada uno de los actuales partidos. ¿A quién
podremos creer? ¿A quién entregaremos con absoluta fe otros cuatro años de
nuestras vidas para que se vaya por el retrete? ¿A quién?
En las municipales el dilema no
es tal. Seguramente se votará a esa persona, que como uno mismo, anda por las
calles, por los parques de esos pequeños y medianos pueblos interesados realmente
en la realidad de su entorno. Se les votará a ellos, porque lo han demostrado
con creces, en un primer mandato, en
un segundo, o en varios, y eso es bien sabido por las nuevas formaciones que
son conscientes de que nada tienen que hacer ante tal pujanza. Un buen alcalde
de pueblo es más bienhechor y necesario que una consigna, que una frase, que hasta
un ideal; porque esa persona, ese entrañable ser, es el que respira cada día
nuestro mismo aire. Si se fuese consecuente con este hecho, seguramente la
situación no sería la misma, sería mejor.
Con respecto a la autonómica pasaría un tanto de los mismo, pero con
algunas variantes. Las comunidades son más extensas y, sus representantes más
distantes, lo que hace que comencemos a recapacitar; pero como muchos de ellos
han salido de esos mismos pueblos, se les continua apoyando, naturalmente, si
no lo han hecho del todo mal.
Con las generales pasaría lo
mismo en un pasado, pero como los tiempos son convulsos en este tercer milenio
y el pastel al parecer se ha desmembrado, necesitaremos, como dijo el poeta Roque
Dalton, una aspirina del tamaño del sol para que la inspiración aflore antes de
rellenar la papeleta de la votación. Sinceramente, mi fe es disoluta. He tenido
un sobresalto, mis puras creencias han sido violadas, y ante este hecho, bien
poco puedo hacer. El refranero profesa que más vale malo conocido que bueno por
conocer, pero ese malo ya no es tal, ahora es un endemoniado corrupto que me
hierve la poca sangre que me queda. El justo, ya no es tal justo, es un lamento
de trompeta en la oscuridad de un revuelto cuartucho. Y los nuevos, después de
tanto tiempo inactivo, seguramente establecerán incertidumbres en la memoria y callosidades
en el alma. Pero aun así, no dejaré de votar, porque algo podré hacer.
CIUDADANO RAMÍREZ.