Las costumbres en realidad se
arraigan porque el ser humano es un animal de costumbres. Es necesario nada más
que en tal siglo, en tal época, en tal
año, en tal mes, o en tal día algún ser viviente haga cualquier ocurrencia fuera
de lo normal con cierta repercusión y anormalidad para que se produzca un
efecto contagio. Esta simple acción que
con toda seguridad se produjo por error, se instaura en la memoria de la
población como un hecho real, concreto, y absoluto. Entonces como por acto más
bien de magia que de fe, este simple acontecimiento se hace costumbre para implantarse
en el calendario del mundo civilizado y permanecer como evento incuestionable hasta
nuestros días. Y lo más singular de estas costumbres arraigadas es que todos corean
las mismas frases --¡Es una tradición muy bonita que no se debe perder!-- Entonces
por inercia y repitiendo lo que hicieron nuestros antecesores, nosotros nos
enfrentamos a la costumbre con la entrega y la pasión de un ferviente adorador
de costumbres repetidoras. No importa la región o el país, siempre la nuestra
es la auténtica, la de verdad, proviniendo de raíces ancestrales basadas en sólidos fundamentos de toda índole.
De esta manera las nuevas generaciones repetirán los hechos u errores de la anterior
pero con un carácter nacional. La mayoría de ellas se instauran en la
oficialidad haciéndose la costumbre un bien patriótico y protegido. Bajo estas
influencias es muy delicado huir de estas manifestaciones hereditarias, que por
otra parte es asumida por la mayoría de la ciudadanía sin conocer históricamente
su razón. Es entonces cuando entramos en una espiral no ascendente pero
peligrosamente circular. Formamos parte esencial de una costumbre que más que
arraigada es un culto a la añoranza.
Esta expresión se consolida
como dogma y la adoramos por un simple motivo, la inmensa mayoría de la
población actúa como entusiastas idólatradores de la misma. Es cuando aparecen
las raíces sociales, culturales, religiosas, demográficas, gastronómicas,
soberanas (de la realeza) y todas las demás apelaciones que pueden ser
utilizadas para que la costumbre se transforme en “patrimonio indiscutible de
la humanidad”. No hay nada más poderoso y placentero que el poder de la
repetición; paro los que actúan como tal. ¡Una diminuta pero constante gota de
agua al paso del tiempo deja una huella indiscutible e imborrable en el sitio
deseado! Si todos fuésemos constante en lo que deberíamos serlo, el mundo
tendría una nueva costumbre, la más valiosa de todas las costumbres hasta ahora
instaurada. ¿Cuál sería? ¡No pienso decirla! Las costumbres se forman haciéndolas
y no diciéndolas. ¡Si de verdad la deseamos pues hagámosla!