Si les contase la verdad, solamente
la auténtica verdad, la historia no sería más que una falacia, y el presente,
un cúmulo de incongruencias que se han ido sumando con el paso del implacable
tiempo. Seguramente me tomaran por un desaprensivo, pero los hechos ocurrieron
de la manera que les contaré y no de la que nos intentan imponer en los
maltrechos manuscritos. Hace más de una centuria, mucho más, y en una
determinada región cuya exacta ubicación deseo mantener en secreto para evitar
males mayores, existió un colectivo de privilegiados seres denominados con
posterioridad clase regencial, que por
iniciativa propia decidieron hacer un experimento con una minoría de desvalidos
pobladores.
Esencialmente el ensayo
consistía en mantenerlos encerrados en apenas unos metros, dentro de una habitación
considerablemente profunda y oscura. Para que dichos pobladores pudiesen apreciar la luz del sol debían escalar con la
ayuda de una cuerda que se hallaba en el centro de la habitación hasta llegar a
un descansillo, y desde allí contemplar el amplio cielo estrellado. Uno de
estos pobladores intentó escalar, y
lo logró, pero el resto recibió un potente chorro de agua helada. Cuando el
intrépido escalador descendió los demás pobladores
le propinaron tal paliza que apenas se pudo mover. Los regenciales cambiaron a uno de los pobladores, y el nuevo intentó
escalar, pero se lo impidieron con una avalancha de golpes; uno tras otro sin
la menor compasión.
De uno en uno los regenciales fueron sustituyendo a los pobladores por otro, diferente al
anterior, y cada vez que un nuevo poblador
intentaba llegar al descansillo para de esta manera contemplar el cielo, lo
esperaban sus compañeros con los puños cerrados y una lluvia de porrazos. Un
dato curioso. Después de la primera ocasión, los regenciales no volvieron a descargar sobre los pobladores el chorro de agua helada.
Llegó el momento en que todos
los pobladores fueron cambiados, por
lo cual ninguno de ellos había recibido el gélido líquido; pero aun así, el que
intentase escalar en busca de la luz sabía que al tocar el suelo con los pies
le esperaba la mayor paliza de su vida por parte de los propios compañeros de infortunio.
Pasó el tiempo, y con él, los
interminables años, y aquellos escasos pobladores
tuvieron descendientes, y los descendientes de los descendientes nuevos
descendientes, hasta extenderse por todos los confines la raza de pobladores. Más allá de los mares y los
continentes llegaron los reproducidos pobladores.
Y así, de esta manera, y no de
otra, dichos pobladores colmaron el
planeta, pero cada vez que un poblador
alzaba su cabeza al cielo era apaleado. En una ocasión un contemporáneo poblador le preguntó a otro contemporáneo
poblador. --¿Por qué si intento mirar
al cielo recibo una brutal paliza?-- A lo que cándido, pero firme, el segundo poblador le contestó: ¡Siempre ha sido
así, y así será! ¡No lo olvides, es una tradición! ¡Y las tradiciones se respetan
por encima de cualquier lógica!