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Hacer el amor, hacer el amor
como lo entendía la inexperta Anita no se lo planteó Greicito. Él, directamente
le propuso su punto de vista. La modalidad que practica. Y lo que escape a la
misma, no entra a formar parte de su universo sexual. Sus deseos más íntimos
están encaminados en un único sentido, dominar y producir (según este punto de
vista) placer al contrario. Este placer expandido llega a su objetivo
eclosionando, y como efecto boomerang, retorna amplificado a los puntos
sensoriales más disímiles del experto provocador. Es entonces cuando nuestro
querido G, teniendo el control, se siente universal, con la idónea potencia que
solamente se engendra al dominar al oponente por medio de la sumisión y la
dolencia. Y Anita no lo llegó a entender.
Ella suponía que el acto
sexual era un regodeo de caricias mutuas que al final de la noche se
complementaría con una ligera y solícita penetración si fuese necesaria. Hasta
entonces no se había planteado que el cuerpo, tanto de la mujer como del
hombre, está presto a entregarse a variadas acrobacias hasta llegar a la cumbre
de las posturas. Naturalmente que no se lo había planteado, porque el sexo para
la tierna Anita no es más que eso, un cuento de hadas con intercambio de
emociones y mimos. Lo demás, cualquier otra cosa, es una aberración que no
contempla su inocencia.
La casa de G es horrible.
Oscura, mugrienta, e inhabitable. Fue lo que le pareció a la joven Anita,
acostumbrada a una escenografía con ambiente “rosa cool”. Una mesa, dos sillas
de madera, un destartalado sofá, una lámpara, una mesita con algunos libros y,
no quiso ver más. Un maltrecho tabique de madera dividía la estancia, creando un
segundo ambiente, una habitación ocupada por un camastro y un sólido armario, y
para de contar. Esto no es lo que la imaginación de Anita se merecía. Ella
esperaba un mundo iluminado y repleto de colores. ¿Por qué al percibir este
desastre no dio la media vuelta y se marchó por donde mismo había llegado? No
lo hizo porque G la obnubiló con su masculinidad, con su arrogancia, y con su dilatada
palabrería. Ella dudó, y él se frotó las manos mientras dejaba sobre la mesa una
botella de aguardiente y dos lacónicos vasos. Los llenó hasta el mismísimo
vértice. Se bebió el suyo de un golpe, y le extendió el otro a la joven. Una
vez más dudó Anita; pero sin dejar de dudar, tomó el vaso.
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¡Bébetelo todo, y verás como la habitación se llena de colores! --le dijo G con
una mirada socarrona.
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¡Es que no estoy acostumbrada a beber! --contestó Anita.
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¡No importa, en algún momento se empieza, y creo que esa hora ha llegado!
Anita bebió, un corto sorbo,
miró a G, y este llenaba nuevamente su vaso, y por segunda ocasión lo desaguó
en su garganta sin inmutarse. La duda continuaba en la cabeza de la joven, pero
no le impidió que volviese a beber, esta vez uno más largo; respiró
profundamente, y para dentro. El áspero alcohol abrazaba su interior, y las
persistentes dudas su conciencia, pero aun así, terminó vaciando el resto del
contenido en su anestesiada garganta.
__
¿Qué vas a proponerme ahora? --le preguntó Anita, ahora sin dudar.
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¡Lo que estés dispuesta a hacer! --dijo él.
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¿Me harás el amor? –preguntó ella con un aire de descaro.
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¡No, quiero enseñarte un juego!
G se acercó a la botella, y en
un movimiento coreografiado, llenó el vaso de Anita y el suyo, que como una cariñosa
lapa, lo había incrustado al cristal de la joven. Ambos vasos rebozaban licor,
y ambos vasos, a una orden de G, fueron vertidos sin consideración en las
sedientas bocas. Pasados unos segundos, las dudas de Anita se volatilizaron
como el ardiente líquido. G tenía razón, la habitación comenzaba a llenarse de
colores, pensó la cándida Anita.
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¡Ven conmigo, quiero mostrarte algo! --y tomó la mano de la joven.
__
¿Qué me vas hacer? --una pregunta totalmente intencionada la de Anita.
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¡Ahora lo verás! --le contestó G delante del armario-- ¡Dentro guardo mis
juguetes, si estás dispuesta a jugar conmigo te los mostraré!
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¿Pero me harás el amor? --insistió Anita con una generalizada relajación.
__
¡Jugaremos con ellos! –y las puertas se abrieron de par en par-- ¡Te pondré
estas esposas, tú solamente tienes que dejarte llevar!
Anita no llegaba a comprender
del todo las intenciones de Greicito, pero entre el aguardiente y los sofocos que
estaba experimentando, era consciente que continuar manteniendo la compostura,
sería la mayor de las hazañas a las que se había enfrentado hasta ahora. Sentía
la sangre vibrar en su interior, la boca colmarse de saliva, y lo peor, sus
dispersas cavidades corporales comenzaban a empaparse de desconocidos fluidos.
Toda ella era un flan de los pies a la cabeza. Esta vez no dudó, unas simples
esposas de policía no serían un impedimento para hacer el amor con Greicito. Si
él le proponía un juego amatorio, se dejaría llevar, no le importaría, porque
estaba segura que el final del mismo terminaría en lo que ella deseaba, en lo
que hacen todas las parejas cuando van a la cama. Ella a su manera estaba
informada, sabía de oídas y de visionar algunos de esos libros con lenguaje
abierto, que después de las amables caricias, el hombre y la mujer se unen en
un abrazo final para germinar en el placer; los detalles no las tenía del todo
despejados, pero el vigor del hombre debía terminar en su interior, y ese penetrante
pensamiento le llenaba de satisfacción.
CONTINUARÁ...................................
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