¡Me duelen las entrañas nada más mencionarlo, y hasta hace bien poco no tuve conciencia de ello, me hallaba directamente dormido entre símiles y engañosas metáforas! ¡El “siglo XX”, el siglo en el que he nacido, es demasiado pesado para tan sólo cien años, y no de soledad, más bien de aglutinada maldad y genocidios de cualquiera de las partes involucradas! ¿Se han puesto a pensar, pero pensar sin limitaciones ni términos hasta dónde llegó la humana soberbia de aquellos seres “pensantes”? ¿No? ¡Pues creo que deberían hacerlo, porque soy de los que creen que el comportamiento humano en el siglo actual depende directamente de los hechos y sucesos acaecidos en dicho siglo que nos dejó una brutal herencia que será imposible de borrar!
Una aglomeración de
personalidades dispares invadió estos años para dejarnos un sabor amargo en la
boca y unos deseos irrefrenables de montarnos en la máquina del tiempo y tomar
a cada uno de ellos por el cuello hasta dejarlos sin respiración, aunque
actuemos vilmente como ellos. Fue la época de las guerras, de la primera, de la
segunda, y de la guerra helada, porque creo que fue más que fría. Fue el siglo de
grandes “cambios sociales”, de la pasarela de los omnipotentes dictadores, lo
mismo de izquierdas que de derechas; el siglo de grandes inventos como la aberrante
bomba atómica, de los estadistas, de los que piensan que yo soy mejor que tú
porque tu raza no vale una mierda, de los que creyeron en doctrinas inventadas
con ramalazos utópicos, de las crucifixiones carnales y espirituales, del
espionaje, de los hombres que entregaron sus vidas para salvaguardar los
intereses patrios, ¿qué intereses, los de sus gobernantes que rebosaban por
cada poro una ambición desenfrenada y una arrogancia más que humana? El siglo,
el maldito siglo del exterminio humano a todo lo largo y ancho del mismo.
¿Cuántas vidas cercenadas? ¿Cuántos
hombres, mujeres, niños, ancianos, en realidad, cuanta vida lanzada al foso de
la historia? ¿Cuántas, y para qué? ¡Sí, porque el “porqué”, no tiene explicación
en estos tiempos, y menos las disculpas en forma de homenajes póstumos y de
condecoraciones con medallas de hojalata barata! ¡No, no, y no! ¡No hay perdón
ni de los dioses del olimpo!
Si mencionase cada uno de los aborrecibles
hechos dispersos por toda la geografía mundial, creo que pocos estados se
salvarían, pero muy pocos. Gobiernos dictatoriales con fuerza suficiente para
matar porque yo lo estipulo así. Hombres poderosos que con un único gesto exterminaron
miles, y hasta millones de personas, y
sin ningún resentimiento, porque por encima de las vidas se halla la patria.
¡Patria, poderosa palabra que al menor síntoma de cambio del viento es
enarbolada con todas sus consecuencias, sin piedad y con todo su peso, porque
mira que pesa la maligna palabra “patria”, tanto, que sobre mi pecho siento un
ahogo constante que no me deja respirar en Libertad! ¡Así es la patria, egoísta,
como lo credos que no permiten el menor de los desatinos! Y con todas estas blasfemias
los cien años golpearon sin escrúpulos en nuestros abuelos, y en nosotros
mismos si nacimos en la segunda mitad del mismo. Un golpe seco y aplastante que
muchos no soportaron, y ahora, no están para contarlo como yo. ¡Es una lástima!
¡Cuánta creatividad, energía, luz, fuerza, cuánta vida machacada!
No pretendo nada con estas
palabras, posiblemente desahogarme de las imágenes que he visto últimamente en
los periódicos y en la televisión referente a la masacre humana del siglo XX.
Hoy me he sentado frente al ordenador como un día más y la hoja de Word no era
blanca, era púrpura, y entonces comprendí
que no podía escribir sobre el amor, sobre sexo que tanto me apasiona, sobre
historias inventadas que por casualidad llegan a mi memoria, ¡no!, ¡no lo podía
hacer!, y me dejé llevar, hasta que las mismas emociones detengan mis manos.
Le doy vueltas a la cabeza
pensando qué se puede hacer para que el “pasado” no se quede en eso, en un sencillo
termino que termina olvidándose o recordándose simplemente cuando llega una
efemérides, y para que el presente no continúe los pasos de antaño; pero no doy
con la fórmula, y aunque no lo parezca, esta piedra que llevo sobre el pecho me
condiciona demasiado y la mayoría de las veces pierdo las perspectivas. En fin,
ahora no sé si llorar o morderme la lengua de rabia para no dejar que aflore
esta angustia que me provoca taquicardia hirviéndome la sangre. Es que no es de
justicia, y por lo tanto no es justo lo sucedido a estos indefensos seres que
por el humilde hecho de respirar, un día le fue negado el aire, fueron plantados
frente a un pelotón de fusilamiento, los quemaron vivos, fueron torturados con
saña, y todo lo que la limitada imaginación
no puede pretender. Es igual el término empleado, es decir, fueron EXTERMINADOS
de la faz de la tierra por voluntad divina de los poderosos y mal llamados
hombres de gobiernos.