Hace algunos años, con toda
seguridad más de una década (posiblemente dos) tuve la oportunidad, o la gracia,
si lo descifro desde un modo sensitivo, de participar en el montaje de El público, de Federico García Lorca.
Interpreté el personaje del Caballo
Blanco, todo un reto para mi carrera. Un montaje innovador, y me atrevería
a expresar, artísticamente revolucionario, al menos comparado con los patrones
de la época y de la sociedad en la que se intentaba existir por aquellos
“entonces” años. La dirección la llevó a cabo Carlos Días, con demasiado mimo y
bordando los detalles al máximo si mi memoria no me falla, y creo que no,
porque aún los recuerdos son más poderosos que las arrugas que dejan el paso de
las abrumadoras estaciones que no perdonan a nada ni a nadie. Un montaje basado
en uno de los textos hasta entonces inédito y más complejo de Federico García
Lorca, un significativo texto que precisa una particular sensibilidad para
acercarse a él. Una obra teatral de uno de los mayores exponentes de la
generación del 27 en España; pero vayamos al meollo de la cuestión. Este intelectual,
poeta, dramaturgo, en definitiva, creador en toda la prolongación de la
palabra, fue borrado de un plumazo de la faz de la tierra, y dejado al olvido
en un indeterminado barranco de la España vil y profunda. Corría el año de
1936.
Han pasado incontables años,
pero al parecer no los suficientes para hacer justicia de una vez y por todas.
Estos años de democracia en España no han madurado lo suficiente hasta el punto
de colocar cada cosa en su correspondiente sitio. ¿Se necesitaran otros treinta
años más? ¡Al paso que vamos probablemente sí!
Por el 2009, con el gobierno del
presidente José Luis Rodríguez Zapatero, se hizo un intento de resarcir parte
del pasado, con la creación de la ley para la recuperación de la memoria
histórica. Se abrieron fosas, y entre ellas, una; se especulaba que podían
estar los restos del poeta, pero al comprobarlo, craso error, permanecía vacía. Lo que continuó con el paso de los días
se esfumó como agua entre las manos. Como bien se apunta: quedó en agua de
borraja.
Sin embargo, unos días atrás se
han encontrado, o han aparecido, o han rebrotado sorpresivamente unos
documentos que atestiguan y confirman el crimen cometido por el régimen
franquista de la época hacia la figura del poeta. Estos documentos florecidos
datan del 9 de julio de 1965, a raíz de la petición de una escritora francesa a
la embajada de España en París. Ella, con la excusa de escribir una biografía
de Lorca, solicitó la documentación al gobierno, y las fecales aguas del
régimen se enturbiaron aún más. Algo tenían que hacer, y lo hicieron. Se
inventaron un dossier contundente y creíble, con pormenores y poderosas razones
para inculpar a Lorca, para condenarlo irremediablemente, pero también, para
acallar malignas lenguas. El régimen no se podía permitir opiniones externas,
que el mundo hablase mal de ellos, y surgió este villano documento. Federico,
fue tildado de socialista, de homosexual, y de masón. El poeta era portador de
una homosexual tan enraizada, que era aberrante, hasta el punto de llegar
a ser “vox pópuli”. Lo cierto es que no hay antecedentes en
tal sentido. Se señala que sus manifestaciones poseían una tendencia
socialista, y se le atribuía vinculación a Fernando de los Ríos (entonces ideólogo
socialista español), ratifica el documento. Respecto a la masonería dicho
documento señala literalmente: "Es un masón perteneciente a la logia
Alhambra, en la que adoptó el nombre simbólico de Homero, desconociéndose el
grado que alcanzó en la misma". Por lo tanto fue catalogó como un
peligroso individuo con poderosos y contrastados antecedentes para ser pasado
por las armas. Y lo hicieron, ¡válgame dios que lo hicieron!, después de
confesar el poeta, según describe el documento terminó el conflicto. Lo
asesinaron. Fue enterrado en unión de otros detenidos “a flor de tierra en
un lugar que se hace muy difícil de localizar", indica el auto, al parecer
en “Fuente Grande” (Granada). Lo sepultaron en un barranco, lo dejaron al
olvido.
Si
se le preguntase a cualquier español de a pie o poseedor de extendidos dineros
en bancos lejanos en referencia a Don Miguel de Cervantes y Saavedra,
seguramente les formularían que se sienten orgullosos de él, de lo que
representa el autor del Quijote para su identidad y para el mundo en general.
Cervantes, es un icono, lo que denominaría actualmente el gobierno como “marca”,
la marca España. Indudablemente es un poderoso símbolo y ha dejado una potente
obra (El Ingenioso Hidalgo…….) para la posteridad, no está nada mal, como
de igual manera lo ha hecho Federico; pero mi intención no es provocar
comparaciones que en el fondo son odiosas. Mi propósito es que el poeta sea
resarcido íntegramente, porque se lo deben y se lo merece. En muchos países decir
Cervantes es símbolo de identidad española; pero decir Lorca en España es
símbolo de qué, ¿en qué posición lo dejamos?, ¿a “flor de tierra” como su desdeñado
cuerpo?
Soy de la opinión que no se le
ha otorgado el mérito que se merece. Posiblemente fuera del país disfrute de un
mayor reconocimiento. El estudio de Lorca, de su obra, pero por qué no, de su vida
también, es fundamental por demasiadas y poderosas razones. Es el exponente en
mayúsculas de toda una generación de intelectuales, su obra es rotundamente
fructífera. Poesía: Libro de poemas (1921), Poema del cante
jondo (1921), Primeras canciones (1922), Canciones (1921-1924), Romancero
gitano (1924-1927), Poeta en Nueva York (1929-1930), Llanto por Ignacio Sánchez
Mejías (1935), Seis poemas gallegos (1935), Diván del Tamarit (1936), Sonetos
del amor oscuro (1936), Poemas sueltos, Cantares Populares. En prosa: Fantasía
simbólica, Granada Paraíso cerrado para muchos, Semana Santa en Granada.
Dramaturgia o teatro (verdaderamente importante y fundamental): El
maleficio de la mariposa (1919), La niña que riega la albahaca y el príncipe
preguntón (1923), Los títeres de cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la
señá María (1923), Mariana Pineda (1925). En Teatro Breve (1928) están (El paseo
de Buster Keaton, La doncella, el marinero y el estudiante, Quimera), Viaje a
la luna (1929), La Zapatera prodigiosa (1930), Amor de don Perlimplín con
Belisa en su jardín (1931), Retablillo de don Cristóbal. Farsa para guiñol
(1931), Así que pasen cinco años (1931), El público (1933), Bodas de sangre
(1933), Yerma (1934), Doña Rosita la soltera, o el lenguaje de las flores
(1935), La casa de Bernarda Alba. (1936). Y en esta selección no incluyo
charlas, conferencias, homenajes, y escritos en general colmados de una
delicada perfección y profunda reflexión. De su vida se pudiera decir, todo, lo
que se ha dejado de contar, y lo que se ha contado definitivamente mal. Un
intocable tema en el que no se debe ahondar no vaya ser que escapen los
demonios del pasado y quieran saldar viejas e irrefutables cuentas. Viene a ser
lo que designa sin mucha coherencia la profesora de mi hija respecto a variados
temas, un tabú. De algún modo García Lorca continúa siendo para la opinión pública
y para algunas entidades patrias un tabú. Se conoce, se reconoce, pero hasta un
pertinente y determinado punto.
Cuando interpreté el Caballo
Blanco en el Público, pude experimentar la complexidad de la palabra llevada a
la acción. Un enmarañado texto escrito en 1933 que desde entonces pedía a
gritos ser descifrado, aunque el poeta era consciente del terreno en el que
pisaba. Escrita en clave, pero sobre todo, adelantada a la época en la que le
tocó sobrevivir. Y nada más diré al respecto, porque si continúo, bufaré y blasfemaré
hasta terminar deshecho en mil pedazos. Únicamente les suplico que no dejen de
leer al poeta, se lo merece: “…….Hay un muerto en el cementerio más lejano que
se queja tres años porque tiene un paisaje seco en la rodilla……..” (Ciudad sin Sueño.
Federico García Lorca)
Ciudadano Ramírez.
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