EL REGRESO DE PIQUITO
Buenos días, buenas tardes, o
buenas noches, dependiendo del horario del que me esté leyendo o me vaya a leer
en estos o siguientes momentos, o en el momento que mejor les plazca para
comenzar, o para continuar con la lectura de esta mí sección, el apartado de
Piquito de Oro que les mantendrá informado de todo lo que suceda a mi alrededor
sin escatimar en verbos, imágenes textuales, y temas inoportunos, seré amigos
lectores, nada más y nada menos que sus ojos, sus oídos, sus variadas pieles,
sus intranquilos olfatos, el paladar más exigente y trasnochado que se pueda
afrontar, su conciencia e inconsciencia me moveré por las cuatro dimensiones
para hacer un inadecuado análisis del instante, en fin intranquilos leedores,
aquí está Piquito de Oro nuevamente para blasfemar de mí, de ti, y de los demás.
Antes de comenzar quisiera dar
algunas explicaciones respecto a mi ausencia prolongada. En todo este tiempo
que he desaparecido, no ha sido por propia voluntad, cuestiones ajenas a las
mismas han hecho que me ausente de manera obligada de este blog, de mi entorno,
y de mi propio espacio, cuando me haga explicar sabrán con rotundidad mis
motivos. Todo comenzó por una simple y sencilla equivocación en la que me vi
involucrado, fue la explicación que escuché, pero no estoy seguro que lo fuese.
Hace algunos meses me encontraba tomando el sol relajadamente en la Manga, y
sentí que todo se agitaba a mi alrededor, mi tranquilidad se vio rota por un
intempestivo movimiento que me dejó sin aliento y sin consciencia. No era la
primera vez que tomaba el sol de esta manera, habitualmente lo hago, no siempre,
cuando me lo puedo permitir, pero tomo el sol en la Manga porque me parece
estupendo, placentero y relajante, es uno de los pocos placeres que me doy el
lujo de disfrutar en mi agitada vida de eterno mirón.
Recuerdo que fue una mañana
particular, porque la propia calma de mi entorno me produjo un repelús, un, es
decir, un erizamiento de todos mis bellos corporales hasta ponerlos en atención
uno al lado del otro como si fuesen soldados esperando al corneta para entrar
en combate, fue la sensación que sentí al llegar a la Manga, y no es que el día
estuviese tormentoso, no para nada, pero las personas con las que convivo de
manera un tanto anormal o curiosa, no
estaban demasiado católicas esta precisa mañana en que sucedió mi desventura.
Ellas hacen su vida y yo la mía, sin molestarnos mutuamente. Es una especie de convenio
por decirlo de alguna manera en la que recíprocamente nos ignoramos para no
caer en lamentaciones posteriores como las de marras. Ellas van, yo vengo, nos
cruzamos, sin mirarnos claro, pero respetándonos y sabiendo que cada uno de
nosotros es poseedor de su propio espacio existencial por el sencillo hecho de
saber que no estamos solos, que otros seres comparten el mismo aíre, agua y
demás elementos.
Con mis perennes gafas de sol me
acerqué a la Manga, con la intención de pasarme el resto del día en la misma disfrutando
a piernas, o mejor dicho, a tronco abierto de las próximas horas. Me instalé, y
como naturalmente nunca estoy callado, comencé a tararear la melodía del
momento que habitualmente me ronda con insistencia por mi cabeza hasta que
intento abandonarla en forma de canto. El delicado viento que llegaba a la
Manga me adormilo, caí en un profundo sueño y no desperté hasta que mi cuerpo dio
impetuosamente contra el sólido suelo. Sin saber cómo estaba en medio de la
nada, solo, abandonado, y sin la menor esperanza de regresar a mi más preciado
entorno. Por una razón malévola pasé de la Manga al Bolsillo de la Chaqueta, y
de esta a la tierra, y me quedé perdido en medio de un camino que no podía
reconocer por más que lo intentase, lo que sucedió a continuación fue un vía crucis
para mi desprotegida presencia, ya encontraré el momento de contárselo, ahora
les dejo una prueba irrefutable en imágenes de lo sucedido, una foto que
encontré por casualidad hace bien poco. ¡No está bien aprovecharse de uno en
los momentos más vulnerables!